Escribo evitando la imagen de los rieles, el hecho en sí, me inarticula, me pone mala. Tendría de inicio que descomponerme, partiendo de la idea general hasta llegar al detalle, sus infinitas conexiones: costillas o vértebras de hierro fundido a canto y un encuentro recurrente de costados.
Ser fiel a migraciones propensas a éxodos, herrumbres portadoras de incontables rostros, equipajes, soledades, e ignorar bajo la ropa ese leve cosquilleo debido al roce.
Dando por hecho aplastamientos forzosos, tenderme día tras día de cara un sol ferroviario. Vestir de rojo el pecho, también templado, y -hago énfasis en esto- equilibrar el peso de mi raíl derecho (lo sabemos, dudo que el corazón con esa inclinación tan suya por el sur, alguna vez se equivoque). ¡Qué va! Lo evito porque así, de una sola pieza, férrea y a mi modo, no aquilato del viaje sino el regreso.


Roxana Arrazola