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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-11-12 | [This text should be read in espanol] |
En los últimos veinte años, se ha escrito mucho sobre los dilemas en torno al problema de la escritura y las condiciones a las que está sujeta; algunos antropólogos de la universidad de Rice, Texas, por ejemplo, han tratado de restaurar la autoridad de los textos etnográficos, presentando un nuevo paradigma, ya no de experiencia e interpretación, sino de discurso dialogo y polifonía” (Tovar, 2006: 55). Este es el caso de Marcus y Cushman quienes de una manera sistemática presentan en algunos textos fuertes críticas a la etnografía clásica. Pero, lo que vale la pena cuestionar es la razonabilidad de los argumentos que estos autores presentan, o si lo que está en juego, es otro afán (de tantos) de escribir para caer bien.
Si se habla de autoridad etnográfica, hay que atender al sentido que se le ha dado, teniendo en cuenta directamente a si ésta es textual o contextual, para dar cuenta de la realidad ética, política, social y académica a la que un autor y/o un texto etnográfico se halla inmerso . La autoridad etnográfica va más allá del hecho de evidenciar en un texto etnográfico que efectivamente un investigador estuvo allá; se trata de establecer estilística y descriptivamente en un texto, las maneras y actitudes (el espíritu para Lahire) como que se hizo la investigación y la interpretación, explicitando la subjetividad del autor como la del (os) investigado (s) (con el fin de no caer en el error de la etnografía clásica, de que el investigador no forma parte de la comunidad en el momento mismo en que la estudia, como si éste fuera un agente similar a una cámara fotográfica que no interviene en el proceso mismo de la recolección, la interpretación y la transcripción de los datos obtenidos). Uno de los problemas más evidentes de la etnografía clásica es el de la cosificación de los temas de estudio, como si ellos se delimitaran naturalmente; de allí viene, precisamente el realismo etnográfico, que (según Marcus y Cushman) con ella se pretendía evocar una totalidad social y/o cultural, de manera tal, que se pensaba que un grupo social estaba particularmente definido, y todo su contenido se presentaba al etnógrafo como un esquema especialmente echo para él (Marcus y Cushman, 1972: 171). Es totalmente cuestionable que una persona tenga la habilidad de saber que es lo que otros piensan; de tal suerte que es posible dudar (o es imposible no dudar) de los textos etnográficos en donde se nos muestra el propio autor, como un ser capaz de habitar la mente de los indígenas, pensar como ellos y vivir como ellos. De allí emerge otro problema: el punto de vista nativo (propuesto por Malinowski principalmente). Es una contradicción: si, supuestamente el antropólogo, en condición de agente externo a un grupo social, está capacitado para ver realidades sociales que los integrantes de un grupo social no pueden ver porque ellas se presentan casi de manera natural en ellos, ¿con el punto de vista nativo, cómo puede ser posible que se de cuenta de la realidad social, como lo pretendía la etnografía clásica? En este último punto, vale la pena señalar que en las etnografías experimentales, los antropólogos no descartan el punto de vista nativo. Se trata más bien, de mostrar cómo se presenta ese orden en ellos, cómo es el mundo para ellos; claro que sin terminar aquí (haría falta intentar mostrar posibles ordenes sociales que funcionan más allá de la conciencia de las personas de un grupo social). Quizá el tema más discutido a lo largo de los últimos años en antropología es el de la escritura etnográfica. La critica que abordan las últimas generaciones de antropólogos al trabajo hecho por los pilares de la disciplina, tales como Malinowski, Franz Boas, Radcliffe-Brown, Margaret Mead, Evans Pritchard, e incluso Claude Levi-Strauss, radican principalmente en el echo de su modo de hacer y de escribir. Por ejemplo, George Marcus y Dick Cushman, dan cuenta de los principales errores que, según ellos, cometieron los anteriores antropólogos; entre esos errores destacan los siguientes: las respuestas fáciles a los problemas de las representaciones de las relaciones entre el todo y las partes; la pretensión de que por medio de una parte del todo social, se podía dar cuenta del todo; la presencia no intrusiva del etnógrafo en el texto (el etnógrafo como una cámara fotográfica mimetizada entre el lugar); la explicación de los hechos sociales, recurriendo siempre en el texto a escribir cosas como: la lógica nuer afirma que, según el sistema económico del Kula esto es, la opinión popular colombiana dice, etc. otorgándole personalidad a entidades inventadas por ellos mismos; la continua recurrencia a embellecer por medio de una jerga construida al interior, de lo que se podría llamar una “secta académica”, de tal suerte que la escritura quedó condicionada a ser leída por cierto tipo de personas; Entre otras. Lo que nos conduce inmediatamente a otro punto (que para el sentido de este texto, resulta central). Si se examina una etnografía clásica, encontramos continuamente mapas, dibujos y fotografías, que, en cierto modo, están colocadas con una intención: mostrar que efectivamente el etnógrafo estuvo allá, duró allá y vivió allá. Esto, refleja que efectivamente la autoridad etnográfica estaba condicionada más por el hecho de estar allá, que por el esfuerzo de comunicar la información que recogieron allá. (Marcus y Cushman, 1992:179). Antes de abordar el problema contemporáneo de la autoridad etnográfica, quisiéramos recalcar aquí, que no consideramos a la etnografía realista como un error caprichoso, sino como un aspecto que obedece a circunstancias socio-históricas (donde incluimos lo ético, lo político, lo económico y lo académico entre otros) particulares, que de algún modo, y así no hubieran sido tenidas en cuenta por los autores, desempeñan un papel central en la producción de textos etnográficos; aunque, sin el ánimo de proponer ningún tipo de determinismo histórico. Consideramos que es en el mismo sentido, en el que podemos mirar el problema de la autoridad, puesto que nosotros también obedecemos a circunstancias que actúan y actuaran en la misma lógica que operó para los autores de las etnografías que hoy llamamos clásicas. Los antropólogos se han visto ante el problema de la pertinencia de seguir haciendo etnografía de tipo realista, de acuerdo a las continuas críticas (que por cierto tienen bastante validez argumentativa y demostrativa) que han hecho distintos académicos. Esto constituye sin duda un contexto: el contexto de la crisis de la etnografía total, donde se duda de la teoría, de la práctica y de la escritura. Además de esto, tenemos un contexto circunscrito con hechos como la situación pos-caída del muro de Berlín (para el caso de Marcus y Cushman pos guerra fría, y contradicción entre el socialismo soviético y el capitalismo norteamericano), marcada principalmente por las aperturas económicas con el auge del modelo político neoliberal; la extinción cultural, producida por la globalización mercantil; la necesidad ética, política y ambiental de implementar medidas que funcionen en contra del calentamiento global, etc… Entonces, es pensable hacer una etnografía experimental en la que se intente corresponder a las circunstancias socio-históricas, (reconociendo que los investigadores están políticamente comprometidos) las cuales condicionan el trabajo de campo y la escritura etnográfica, sabiendo por demás que la disciplina exige ir más allá de los parámetros establecidos por la práctica realista. Lo que en definitiva intentamos hacer es apología a la relevancia del contexto en la producción escrita, que no sólo puede ser aplicada a la etnografía, sino también a la literatura, el arte, el periodismo, etc. Bibliografía Marcus, George y Cushman, Dick (1992) Las etnografías como textos. En El surgimiento de la antropología posmoderna. Ed Gedisa, Barcelona. Clifford, James (1992) Sobre la autoridad etnográfica. En: El surgimiento de la antropología posmoderna. Ed Gedisa, Barcelona. Tovar, Patricia (2006) Las viudas del conflicto armado en Colombia Memorias y relatos. Instituto Colombiano de Antropología e Historia Colciencias, Bogotá. |
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