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■ The oak
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-03-25 | [This text should be read in espanol] | Submited by Edilberto González Trejos
Para Helena y Ethielt, naturalmente.
«Sargonia es todo lo que fuimos, todo lo que somos y todo lo que seremos.» I. UN MAR DENTRO DEL MAR Créeme: hay un mar dentro del mar. Una planicie del pastor y la hierba, del ave y la semilla. Un horizonte vegetal de esmeraldas y cristales, flotando en un plato de porcelana y sol. Una ilusión de magnolias y lirios en aromas de albahaca y canela. Un centelleo de robles y pinos, como cuando el viento vuelve de sus auroras boreales. Una copa de agua sin fondo, donde los árboles están enraizados en la transparencia y sus frutos son de una luz azul. Una gaviota insumergible caminando a su nido, eternamente esculpido en hielo verde. Una cumbre cortada como un embalse en un volcán. Créeme: el Mar de los Sargazos existe. Donde el pez y la rosa nacen de la misma explosión de la vida; donde el ala de la mariposa y el girasol, al surcar el aire, fundan el rito del silencio de la esponja; donde la rosa de los vientos tiene su epicentro de espuma y nube. Un mediodía de humo y savia en el corazón de un caracol milenario. Un esplendor en la proa de un buque insignia. Un lunar de especies inigualables esparcidas en las sienes de los hombres, de sus pirámides y sus geometrías, de su números arábigos y sus secretos cuneiformes, de su miedo a morir a solas y su certidumbre de poder navegar los años cada vez que una estrella se alínea al milenio de sus destellos. Créeme: el Mar de los Sargazos fue el inicio del mar. No lo olvides. Recuérdalo para siempre. Un estanque de lirios y tortugas. Una fortificación de perlas trituradas. Un mar sin violencia dentro de los mares. Un sonido a mar en un mar de sonidos. Una ola dentro de un bosque. Un pez de alas blancas. Un caballo de escamas plateadas. Un monumento, un frenesí, un sueño, un adiós, una bienvenida, unos ojos, un tiempo, como el mar mismo y su vocación de permanecer allí, en su propio fondo y sin orillas. II. EL CONSEJO DE LOS ESPEJOS El Mar de los Sargazos no es exactamente como los países de los hombres. Tampoco es un reino, ni una sumergida dinastía. No se registra, en su tiempo, un gobierno de tiranos. Sus habitantes no han oído jamás el tambor que precede las marchas forzadas de los invasores. Es, en todo caso, una convivencia de múltiples seres. Un mundo general que no conoce el contrasentido de destruir y destruirse. Una llamarada intacta, un flamear desde sus orígenes. ¿Quién dirige esta armonía? ¿Qué rige lo versátil de su transcurrir? ¿Fueron los líquenes, el ala, la flor de aire o los mamíferos marinos quienes dibujaron sus límites? ¿Cómo se construyeron los canales acuosos y sus cascadas, los oblicuos graneros y los reservorios de musgos? ¿Qué imprimió la velocidad del pez y los imperceptibles movimientos del caracol? ¿Cómo puede volar aquí una lechuza, como si el agua se transformara, a su paso, en una luz surcada en la ilusión de lo alcanzable? En un instante de su historia, como si el planeta se hubiese reacomodado, un hundimiento devastó lo que hasta entonces se había construido y todo sufrió la sacudida. En el Libro de los Ingratos Días está escrito este cataclismo de miedo y desconcierto. Es a partir de aquella desolación que todos los habitantes del Mar acordaron fundar el Consejo de los Espejos: una delegación de autoridad a cien ciudadanos para reordenar el caos y armonizar las turbulencias. De los cien, se elegía a uno por año para presidirlo. Pero no era un poder en la cúspide, sino un desprendimiento, una noble tarea, un recorrer, un servir a las demás vidas. El Consejo de los Espejos dirigió la construcción de Sargonia: su destellante capital. III. LA MÁS BELLA CIUDAD DE LAS AGUAS La construcción de Sargonia duró mil años. Los planos que sirvieron para edificarla fueron modificados ocho veces y, según las Actas de su Fundación, debía medir por cada uno de sus lados la misma distancia que recorre un sueño en una noche. Cuatro son sus puertas de entrada, una su salida y treinta y dos sus torres. Un millón de ciudadanos la levantaron desde el fondo de las arenas y, cuando estuvo terminada, se grabó en la más alta de sus paredes la siguiente inscripción: «Sargonia es todo lo que fuimos, todo lo que somos y todo lo que seremos.» El Río de las Aguas Eternas lo cruza y no existe un solo lugar desde donde no se mire su cauce; por ello, pueden contarse quinientos puentes colgantes, con sus arcos de vidrio blanco, como rastros de estrellas fugaces. Todas las casas se hicieron de acuerdo al tamaño de las especies y fueron dispuestas de tal manera que sus entradas miran siempre hacia el crepúsculo. En la Cima del Monte de las Campanas, hacia el sudoeste, se erigió la Casa de los Libros de la Memoria, recinto celeste que guarda para siempre los textos que cuentan la historia del Mar de los Sargazos. Cada año, el escribiente lee en alta voz las páginas caligrafiadas y es el consenso de los habitantes quienes oficializan lo narrado y autorizan la apertura del libro siguiente. Sargonia no tiene, pues, olvido. Y es, sin duda, la más bella ciudad de las aguas. IV. LA CATEDRAL SUMERGIDA El Mar de los Sargazos limita al norte con el Mar de los Deshielos; al sur con las Antípodas; al este con las Aguas de las Especies; y al oeste con los Mares del Calor. Una campana de helechos flotantes, donde el tiempo burbujea en espiral y las noches fosforecen como un cielo acostado. En el centro de esta vasta humedad —como una Diosa— madre de todas las distancias, está su Catedral: una sola pieza de cristal de roca y, exactamente, mil ventanales. Traslúcida e incomparable, bordada como en aire líquido o lavada por la llovizna glacial. La custodia un guerrero dulce: el Hipocampo Antiguo —caballo y jinete insomne—, designio para la llave que abre y cierra su puerta de conchanácar. Dentro de su única nave pervive la ondulación de la Música Azul: lengua de filamentos sonoros que surge de algún lugar de su altar. Dos veces por año, ya sea en el punto más frío o más cálido de las aguas, su transparencia se vuelve resplandor y ocurre, en este Mar de Vaivenes Suaves, la noche blanca: una fiesta de luz, un espejo de plata, un milagro marino alejado del odio de los hombres. En la superficie nada parece haber ocurrido. El Mar de los Sargazos es el mar interior de los mares. Un santuario, una quimera atada al fondo de las arenas por un ancla de yerbas milenarias. |
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