En el extremo de la albufera cerca del Norte preciso
unidas por un cordòn litoral, retozan arrobadas;
ellas son dos gracias peregrinas
llamadas filologìa y filosofìa, entre ellas no hay desdèn
y ambas nutren las clàsicas obras.

Brisas frescas del golfo conurbado les ensancharon las sienes
proyectando màs allà el vasto horizonte
a travès de islas, colinas y pantanos
hasta rebasar las costas bajas de marismas.

Siempre van acompañadas por la brisa salada
que juguetona desordena los blondos bucles
algunas veces intempestivo ìmpetu las hace ver fuegos fatuos
y creen erròneamente haber visto la verdad
pero el fuego resulta demasiado frìo para la seca yesca.

La privilegiada morada en aquel rincòn fresco
permite el paso de sutiles ideas
que estremecen la lògica cimentada
siempre el golfo deja heladas las palabras
ahuyenta inùtiles sombrillas que predicen lluvia
y desde la distancia anhela vistosa flota
las dos amigas siguen jugueteando
hasta hacer reìr al telùrico porvenir.

En aquella atmòsfera la resina de los abedules
se concentra al màximo inspirando
poèticas prosas que fluyen libres,
a veces demoledoras por el fragor
encendido a medianoche para calentarse.

Y en este esconce gèlido se erigieron etèreos castillos;
que enarbolan las irisadas banderas de las dos gracias.