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de [Giurgesteanu ]

2007-03-19  | [Acest text ar trebui citit în espanol]    | 



El general Trifan Tanase
(TT lo llamábamos nosotros,
la soldadesca,
claro, en ausencia)
a las tres de la madrugada
empezó a revolverse
en su cama,
girando de un lado,
y del otro.
Su mal era que
su mujer paralizó a
su suegra centenaria
le hacía la vida imposible,
pero a él le retenía el deber,
hasta diosabequéhora,
haciendo la guerra
(sirvió como subteniente,
dos o tres meses)
tenía un primo fuera de la ley
firmaba memorias.

Todas estas cosas le enloquecían
y le resultaba más sencillo
dos veces por semana,
a medianoche
pasar revista a su brigada.
Se leventaba,
ojos cerrados
a lo mejor
puede echar
un suñecito,
el teléfono de la mesilla
(era “batería local"
no hacía falta marcar)
trasmitía, secamente, OS:
“¡Ejecuten operación Vlad Ţepeş!”

En tres minutos,
la tropa empujada por los mandos
debía formar
en el patio de cemento
entre las casernas,
apretado el cinturón,
preparados para recibirle
como era de esperar
al enemigo de la patria
(creía él
si es que lo creía,
estábamos acabados,
de alguna manera).

En media hora,
con el corneta-
„¡Atención,
tropa, el general,
ta ta ta ra ta!-”
y la guardia, y los demás
recibían a TT,
como un pincel,
afeitado,
con su navaja,
robada a los alemanes,
con la banda
por debajo de la hombrera con la gran estrella
y sus botas, cómo no,
como espejos,
dando la señal de alarma,
y en tres minutos,
el tiempo pasaba, de nuevo,
para estar bajo el lecho,
ojos cerrados,
como si
no hubiese sucedido nada
más bien
en batallones y compañías.

En la agitación nocturna,
en el fragor,
en esquinas, y callejones,
el cabo Amarillea
(de hecho lo llamaban Calbajos,
era la estupidez personificada
entre la carne de cañón)
pateaba con sus botas
a los soldados
en las espinillas.
Fisuras y hematomas
y de vez en cuando infecciones
reunían
a los heridos en la enfermería.
El mayor Mortoiu, el doctor,
llamado directamente
de la Policlinica Uno,
de los Trabajadores,
anunció a TT
lo que ocurría;
además Amarillea
se libraba con frecuencia de los castigos,
puesto que era suficientemente
castigado por el hado:
venía de un orfelinato
con las espinillas
destrozadas
por los mayores
-pero cuántos otros
no le habrían hecho perrerías
como en cualquier orfelinato-
y además de todo ello,
se casó
con una mujer diez años mayor
con dos hijos bastardos,
y ni se sabe si equilibrada
(tenía algo de nervios),
le torturaba todo el día
hasta la desesperación...

El hermanamiento tácito
general-tahúr,
-hermanados por el sufrimiento
tenían ambos mujeres locas,
introducía color en la vida de la caserna,
hasta la náusea.

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