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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2007-04-11 | [This text should be read in espanol] |
1.
¿Moriste, Vallejo embravecido, con el zapato de Artaud como en la mano? ¿Se mezclaron las cenizas, pálidas de incertidumbre, que en la boca del espanto se quebraran como panes? ¿Moriste, Vallejo, de muerte, de suicidio natural respiratorio, de la lija fúnebre que socava con espinas los pulmones con santos alaridos, con siniestra calma deshumana? ¿Moriste de vida, de vivir, Vallejo, de sentarte en lo malsano de la taza, en la orilla errónea de la frente, en la parte de la herida que se yerra, en las escamas benéficas del sueño? ¿Te apagaste para prenderte?, ¿golpe de fuego en la nube?, ¿soldado que fuma sabiamente su despojo, su cadáver ambulante, con el temor del mundo en lo visible, Vallejo, con la parte por el todo, con armellas en lo visible, en los codos, en el abrazo? ¿Te dieron tu piedra de pan, tu porción, Vallejo, de sangre? ¿Te inflamaron que te hundiste entre tu carne, que hasta te miraste con esa tristura hecha de perro mojado hasta las últimas estancias del miedo, que te viste en ese ojo extraño de leerte, que gravitarorio te empeñaste en los trabajos fatales de tu espina? ¿Te dieron lo acordado, Vallejo? ¿Te guardaron en un frasquito el aliento final para morirse de tu misma muerte? ¿O reencontraron muerto, adherido finalmente a tu rotura a tu estoica, fatal, respiración? 2. Entonces, terminaste tu proceso de vallejización, tu vallejizamiento de cuerpo presente. Vallejeaste ahÃto, como los agónicos, siempre sobre el nunca de lo soportable. Pero naciste vallejizado como tú solamente; ahà se acabó el cuento y empezó el camino sobre la hoja. De vallejizarte anduviste con tu sombra a cuestas y por el púlpito de tu alma, vaso de niebla, a través y por debajo del súbito rÃo que escapaba deslizándose por tu frente alta, por tu hueso amarillo pero franco, por la escarpada, rotunda mole de tu tristeza de cemento. Por lo que se sabe, te entendÃas con los hombres en un vallejo medio descastado y como anacrónico en un principio, más holgado y milimétrico y esdrújulo conforme llegaba la precipitación. Tu pesada calavera poblada por un viento visible con sabor a diccionario en ciernes, o a caballo que no deja traza por la rotura de su parlamento. Vallejiste como se pudo, lo que se pudo, por la sola cosa resistente a los vocablos, la cosa pero visible que ven las ciegas manos de los muertos; el problema es que callejeabas por acá todavÃa, entre fronteras ruinosas, entre el cerco de tu sitio y la pared de tu antorcha grave. Es que la esperanza no da nunca para tanto. Ni dios mismo da nunca para tanto, yo no sé. La prueba de valor última que vallejiste, fue la de no ahogarte con tu cuerpo a cuestas y callejear otro siglo por hora sobre el nido de tigres de tu frente valleja. Habrás descifrado ya por último, al fin, para acabar, el hondo gesto vallejÃstico de tu estilo desesperado, cordón de carne bajo el cajón del horizonte; habrás muerto horizontal, vallejeno a los hombres todos, por eso mismamente tan cercano, en un vallejueves de ParÃs con aguacero.
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