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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-08-13 | [This text should be read in espanol] |
-¡Ay… niño!... ¡Ay… niño!... ¡Debes cuidarte de la bestia negra!... tan negra como el alma de CaÃn-¿Porqué justo me acordaba de aquel embuste esta cálida mañana?
Esto habÃa ocurrido a los pocos dÃas de llegar a España. Como todo turista querÃa conocer los lugares tÃpicos, las costumbres ancestrales. Decidà que AndalucÃa serÃa mi primer destino, querÃa saber que era aquello de las bulerÃas. QuerÃa vivir el cante jondo, ver a los bailaores y embriagarme con buen vino del paÃs. ¡Y claro que lo vivÃ! Todo… allá en las grutas. Hasta la madrugada en que, ya por volver al poblado, la gitana tomo mi mano y me miró con sus ojos color de miel. Y con su voz cargada de dramatismo, lanzó aquella patraña. -¡Está bien… mujer!... toma tu dinero... ¡puedes marcharte!-Le repliqué lleno de escepticismo. -¡Pero niño!... ¡Que no!... guárdate tus monedas-Mientras me retenÃa la mano-¡Debes cuidarte!... la bestia negra viene por ti. HabÃa olvidado aquél incidente hasta esta precisa mañana. Estaba con mi ropa blanca y mi pañuelo rojo. El diario enrollado en mi mano. Daba algunos saltos en mi lugar para calentar el cuerpo. Los demás que estaban conmigo tenÃan la misma tensión. Todos mirábamos en dirección de la plaza. A nuestras espaldas sentÃamos el resoplido de los toros. Sus pezuñas raspando el adoquinado y sus cuernos golpeando los cercos. ParecÃa que la multitud se movÃa al unÃsono, tratando de adivinar el momento del chupinazo. Giré mi cabeza y lo vi. Entonces casi al instante me acordé de la condenada gitanilla. Golpeando con fiereza la tranquera, un hermoso toro negro y brilloso. Sus fauces rojizas exhalaban vapor y baba; sus fosas nasales también hacÃan ruido y los ojos… los ojos… ¡Miraban con odio! ¿PodÃan los animales odiar? Pues a mi me lo parecÃa. El animal tenÃa algo personal conmigo… ¡No me quitaba los ojos de encima! -¡Déjate de estupideces!-Pensaba-¡Vas a creer las boberÃas de estas gentes supersticiosas! Solo los ignorantes creen en profecÃas y demás sandeces. El estallido interrumpió mis pensamientos. Todos echaron a correr calle abajo. Yo luego de unos instantes de duda también. En el primer recodo resbalé un poco… pero seguà mi carrera a buen ritmo. Trataba que la respiración fuera acompasada. Delante de mà alguien cayó y salte sobre su cuerpo. ¡No tenÃa tiempo de ayudarle!... los animales estaban a nuestros talones. Escuche algunos gritos. Eran del pobre desgraciado. De soslayo alcance a ver a los toros… el negro venia en punta. Su cornamenta y cerviz tenÃan sangre. Aceleré la marcha, mientras otro toro más pequeño se adelantaba y me pasaba por mi costado derecho. Con el diario le di un golpe en el costado y lo esquivé por el otro lado. El toro se abalanzó sobre la empalizada, y un tipo cayó al suelo. Se hizo un ovillo para evitar las corneadas. Miré para atrás. El negro seguÃa firme en la persecución. ParecÃa estar esperando su oportunidad. -¿Dónde está la puerta del encierro?-Ya no daba más-¿No llegamos nunca? Las piernas no me respondÃan… ya faltaba tan poco. La gente entraba a raudales en la plaza de toros. ¡Lo iba a conseguir! ¡Una vez que entrara estarÃa a salvo! El negro estaba casi a la par. Movió su cabeza para pegarme en el costado. Trastabillé un poco y de nuevo use el diario. Siguió de largo hasta el cerco y golpeó con dureza. Quedamos el uno contra el otro… misteriosamente la gente habÃa desaparecido de nuestro derredor. La bestia agachó la cabeza hasta casi tocar el pavimento con el morro. Las pezuñas rasparon un par de veces los adoquines y bramó. Entonces se abalanzó. -¡Maldita gitana!-Recordé una vez más: ¡Ay…niño!... ¡Ay… niño!... ¡debes cuidarte de la bestia negra!... tan negra como el alma de CaÃn. La cornada fue profunda y letal. Sentà que las vÃsceras y la sangre me abandonaban… ¡Ya era tarde! Allá se iba la bestia negra…habÃa venido por mi.
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