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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2012-08-11 | [This text should be read in espanol] | Tras enterarse por el ferroviario-ranita de que su vecino Ioancoo era estrigoi, Helena no pod铆a conciliar el sue帽o. Pensamientos extra帽os ocupaban enteramente su raz贸n, nada ocurr铆a en su mente que no tuviera que ver con este descubrimiento. Se hab铆a separado del ferroviario en el tren, antes de que Ioancoo se despertara y desde entonces no lo volvi贸 a ver. Estaba segura de que el anciano en traje azul de pa帽o, sabelotodo y con las se帽ales de los Ferrocarriles en la chaqueta no hablaba en vano y la hab铆a vigilado en el Palacio de Cuttyt. De otra forma, no habr铆a podido saber con tanta exactitud c贸mo se hab铆a desarrollado el encuentro, de qu茅 hab铆a hablado con la supuesta prima de Viltor y, sobre todo, los detalles sobre la rozalică de ciruela embrujada y sus efectos sobre su memoria. El mayor argumento a favor de la autenticidad del ferroviario-ranita resultaba del descubrimiento que acababa de hacer gracias a 茅l, es decir, que Ioancoo era un estrigoi. Y si Ioancoo era un estrigoi, las cosas se complicaban mucho para ella y su futuro. Al no tener ya con qui茅n hablar sobre Trahan y el mago Cuttyt y sobre todo porque hasta la estaci贸n de Ciucea solo faltaban por recorrer unos quince kil贸metros, despert贸 al anciano. −隆Despierta, Ioancoo! 鈥搇e dijo con desprecio y lo tir贸 del hombro−. 隆No duermas como un le帽o, que te mostrabas fuerte donde el mago! El hombre balbuce贸 algo, se qued贸 con los ojos cerrados durante unos segundos y luego se despert贸 del todo. −驴Qu茅鈥? 驴Ya hemos llegado? −Casi 鈥揷ontest贸 Helena, d谩ndole a entender que no por eso le hab铆a despertado. −Oye, Helena鈥 Dame, por favor, una manzana, si te queda alguna en la bolsa, 隆que tengo la boca m谩s amargada tras este sue帽o! −隆Cuando maduren! 鈥搇e contest贸 Helena con malicia−. Si quieres manzanas, 隆vete y c贸mprate! El anciano la mir贸 por unos momentos a los ojos, intentando darse cuenta por sus miradas de en qu茅 se hab铆a equivocado y con qu茅 se habr铆a delatado durante el sue帽o, que provocara en ella un cambio de actitud tan dr谩stico. −驴Qu茅 te pasa, Helena? 驴Por qu茅 te comportas as铆? 鈥搇e pregunt贸 despu茅s de que el aire respirado le refrescara un poco la boca−. Cuando me puse a dormir no parec铆a que tuvieras algo que objetar a la excursi贸n. −Excursi贸n, 驴no? 鈥搑eaccion贸 Helena−. Me has llevado al hechicero para que me convenza de mandar a mi hijo a la muerte, 驴verdad? 驴Se te ocurri贸 hacerte el generoso con una familia desdichada, en cuya casa has entrado siempre que has querido? Ya s茅 qui茅n eres, Ioancoo y el diablo de monja con cruz ortodoxa en el cuello y mi prima Domni葲a que vive hace diez a帽os en Mogoşoaia y que no ha pisado nunca los Palacios de Cuttyt. Que sepas que voy a mandar a Trahan all铆, que no por eso me he esmerado yo en criarlo y he llorado tantas noches con la cabeza en su almohada. 驴A m铆 se te ocurri贸 atormentarme, miserable? 驴Has olvidado los sacrificios que hice por ti y c贸mo me he burlado de mi propio marido para hacerte a ti feliz? 隆Cinco a帽os de infidelidad y un hijo estrigoi, eso me trajeron tus brujer铆as! 隆No pasa nada, brujo-criminal, de mi furia no te va a librar ni el padre del padre de Cuttyt! Agarr贸 la bolsa de la estanter铆a para maletas y ech贸 a correr por el pasillo. −隆No quiero verte jam谩s, chucho! 鈥揼rit贸 por 煤ltimo y se perdi贸 entre los dem谩s viajeros. En Ciucea, Ioancoo no se atrevi贸 a bajarse del tren. La estaci贸n estaba embrujada. Dos mastines se paseaban lentamente, hombro con hombro, en la d谩rsena n煤mero cinco. De vez en cuando se paraban y miraban hacia las ventanas empa帽adas de los vagones. Una gata se hab铆a subido y sentado en el tejado de un vag贸n de mercanc铆a abandonado en la estaci贸n. En el otro lado del tren, otras dos gatas examinaban cada compartimento desde la ventana enorme de la oficina del guardagujas. Helena baj贸 del tren y se dirigi贸 prudentemente hacia el Ford que hab铆a dejado aparcado en un rinc贸n de la estaci贸n sin edificios. Busc贸 las llaves y la encontr贸 en el bolsillo derecho de su chaqueta, cerrado con la cremallera. Abri贸 la puerta y se sent贸 al volante. Del tren no bajaron m谩s de veinte personas. Sin embargo, una de ellas apareci贸 desde la nada cerca de su coche y le pregunt贸: −驴Me puede llevar a m铆 tambi茅n hasta Cizer? −隆No! 鈥揷ontest贸 Helena, convencida de que era Ioancoo transfigurado−. Ni me lo pienso鈥 Gir贸 la llave en contacto y como el coche hab铆a quedado en marcha atr谩s, retrocedi贸 furiosa hasta el medio de la carretera, cambi贸 de velocidad y aceler贸. Hasta Pectara hab铆a que recorrer unos treinta kil贸metros. La siguiente parada del Acelerado era en La Piedra del Rey. All铆 Ioancoo tampoco tuvo una mejor recepci贸n. En los andenes helados vio perros y gatos, un carruaje con dos caballos vigorosos, un guardabosque y tres vendedores de ollas de barro. −Est谩 claro 鈥搈urmur贸 Ioancoo para s铆 mismo, porque se hab铆a quedado solo en el compartimento−. Me est谩n persiguiendo los pitoidas, tengo que transformarme. Abandon贸 el compartimento, sali贸 al pasillo, abri贸 la ventana y cuando el tren parti贸, le hizo una se帽al con la mano al guardabosque. Este no le contest贸 con ning煤n gesto, pero corri贸 apresuradamente al carruaje y parti贸 como un rayo detr谩s del tren. Tras menos de un kil贸metro, el tren se par贸 de repente. −隆Alguien ha tirado a un hombre del tren! 鈥揼rit贸 un viajero desde la ventana. −隆Yo tambi茅n lo he visto! Creo que primero activaron la se帽al de alarma, por eso nos hemos parado. −驴Desde qu茅 vag贸n? 鈥搒e escuch贸 la voz del ferroviario encargado−. 驴En qu茅 lado? −En este 鈥揹ijo el que hab铆a hablado primero−. Tiene que estar en esos arbustos. El ferroviario encendi贸 la linterna desde el tren y la dirigi贸 hacia los arbustos indicados por el viajero, pero no vio ninguna persona herida cerca del sitio. −Un perro como un ternero de grande ha salido de all铆 y ech贸 a correr por el borde de la carretera de vuelta hacia La Piedra del Rey 鈥揼rit贸 un tercero. −Entonces ese ha sido 鈥搇os tranquiliz贸 el ferroviario−. Por aqu铆 ocurren cosas de estas. Dio la se帽al de partida al tren, soplando tres veces en el silbato colgado al cuello y agitando hacia arriba y hacia abajo la banderita amarilla, y luego cerr贸 la ventana. Los viajeros se apaciguaron y volvieron a ocupar sus sitios en los compartimentos. Durante el salto, Ioancoo hab铆a girado tres veces en el aire y se hab铆a transformado en un mast铆n enorme y cuando el tren se alej贸, se detuvo en la cima de una colina, a menos de trescientos metros de la carretera. Se recompuso tras el esfuerzo de la transfiguraci贸n, se coloc贸 como para poder hacer un salto considerable y se qued贸 esperando. Cuando el guardabosque que persegu铆a el tren lleg贸 delante de 茅l, le salt贸 detr谩s. No le dio tiempo a decir ni 芦隆Au!禄 al valiente pitoida, ya que Ioancoo le mordi贸 la cabeza. Lo agarr贸 tres veces con sus fuertes quijadas por la cabeza y el cr谩neo del pobre hombre se despedaz贸 como una piel seca de calabaza. Par贸 los caballos agarrando los arreos con los dientes, arrastr贸 el cad谩ver lleno de sangre en un arbusto, gru帽endo: −Uno como t煤 le ha dicho a Helena que soy estrigoi, guardabosque imb茅cil, 隆y en su lugar, t煤 pagas con tu vida! De hecho, una vida de pitoida-bantuitor鈥 tampoco es gran cosa. Retrocedi贸 unos pasos, cogi贸 impulso y salt贸 en la hondonada que se extend铆a ante sus pies. Unos minutos despu茅s, sali贸 de all铆 transfigurado en hombre, completamente desnudo y helado de fr铆o. La ropa se le hab铆a quedado en el arbusto al que hab铆a saltado desde el tren, as铆 que cogi贸 una manta del carruaje, se envolvi贸 en ella y subi贸 en la pescante. Cogi贸 el l谩tigo, dio la vuelta al carruaje y parti贸 por un camino forestal hacia Beerk. No ten铆a reloj, pero por la posici贸n de las estrellas pod铆a ser la una de la noche. Helena hab铆a llegado antes que 茅l a Pectara. Aparc贸 el coche en la callejuela, delante de la casa de Mariza, y de all铆 fue andando hasta la suya unos treinta metros. Ciubuc la sinti贸 y sali贸 a su encuentro. A Trahan se lo hab铆an llevado las estrajiles unas veinticuatro horas antes, pero ella todav铆a no lo sab铆a. Adelantaba por la callejuela como en un mar de oscuridad en el cual las casas, los ciruelos, los manzanos y los nogales, bajo el peso de la escarcha blanca, se hab铆an enturbiado. En su alma, la ascensi贸n del odio que sent铆a por Ioancoo no pod铆a ser parada, la respuesta a la pregunta que le hab铆a hecho al vendedor de billetes acerca de la descendencia de un estrigoi y una mujer normal era el motor que lo generaba. −En este caso鈥 Trahan es el hijo de Ioancoo 鈥損ens贸 en voz alta, acerc谩ndose al jard铆n de flores−, por eso el muchacho sali贸 estrigoi. Y Beerk, la tumba del secreto que Viltor no debe conocer jam谩s. El precio que no he pagado por mi pasi贸n por un estrigoi adulto, tierno y majestuoso ha vencido ahora. La miseria moral de la que soy culpable va a ser limpiada esta noche鈥 Se par贸 y le dio un pu帽etazo al portal abierto. −Si he vivido m谩s o menos f谩cilmente con la conciencia de la infidelidad conyugal durante diecis茅is a帽os 鈥搒igui贸 reproch谩ndose−, 隆en la realidad de las consecuencias de esa aventura ya no puedo vivir! Subi贸 al porche, toc贸 el picaporte de la puerta del zagu谩n. Mientras permanec铆a con la mano tendida sobre el picaporte, pregunt谩ndose si ten铆a el derecho de cruzar alguna vez el umbral de aquella casa, en su mente se sucedieron las im谩genes de los primeros d铆as de Ioancoo en el pueblo y toda la historia de la familia usurpada por 茅l. Multitud de acontecimientos nefastos encontraban ahora una explicaci贸n en el hecho de que 茅l fuera estrigoi y las razones por las que Cuttyt lo hab铆a mandado a vivir en Beerk eran obvias. La casa de Ioancoo estaba construida en medio de la finca comprendida entre la Colinilla del Sig y la Colina de Palcău y Viltor pod铆a considerarse familiar de Ioancoo, si admit铆a que este, el segundo marido de su t铆a Soraia, era su t铆o pol铆tico. Veinte a帽os antes, cuando la t铆a de Viltor, Soraia, conoci贸 a Ioancoo y lo present贸 a todo el mundo como su nuevo esposo, al quedarse viuda con tres ni帽os, este era el hombre m谩s imponente del pueblo. Nacido en una localidad incierta y llegado al pueblo en calidad del hombre de la casa, las mujeres volv铆an la cabeza tras 茅l sin rubor, aunque los maridos de algunas, como campesinos que eran, las obsequiaban con alguna bofetada cuando las sorprend铆an. Por entonces, Ioancoo era alto, recto y de espalda ancha, hac铆a jogging por las ma帽anas hasta la Colina del Bosque y de vuelta, beb铆a caf茅 y se perfumaba despu茅s de cada afeitado, no solo los domingos, como hac铆an los dem谩s hombres del pueblo. La tierra en la que estaban construidas las dos casas, la suya y la de Viltor, hab铆an sido antes una sola propiedad. El abuelo de Viltor hab铆a tenido dos hijos, a Soraia y al padre de Viltor, hab铆a separado el terreno en dos partes iguales por el Riachuelo de Valera, y por eso la relaci贸n entre las dos familias sigui贸 siendo una de parentesco, incluso tras la muerte de Soraia. En la casa de la t铆a Soraia empezaron a aparecer fen贸menos extra帽os inmediatamente despu茅s de su casamiento con Ioancoo, pero nadie, con la excepci贸n de Mariza, hab铆a pensado que tuvieran algo que ver con la llegada de este a la familia. En menos de tres a帽os, la mujer pereci贸, al igual que sus tres hijos menores. Primero se fue el hijo mayor, que se llamaba Viltor, igual que el marido de Helena. Viltor se ahog贸 con una sarma, con apenas diecis茅is a帽os en la primera Nochebuena que celebraban junto con Ioancoo. Nadie pudo salvarlo, aunque estaban presentes muchas personas y los amigos y los familiares guardaban su imagen fresca en la memoria, porque hab铆a sido un buen muchacho. Surgieron muchas voces que dec铆an que la muerte de este no hab铆a sido cosa limpia, entre las cuales estaba tambi茅n la de Ioancoo mismo. Ioancoo, que acababa de casarse con Soraia, llam贸 a nueve curas a hacer nueve servicios diferentes para alejar a los malos esp铆ritus de la casa. Es cierto que 茅l no estaba en casa durante los servicios de santificaci贸n de la casa, de los pozos y de la granja, alegando que ten铆a otra religi贸n, pero los compaisanos apreciaron su gesto. Un a帽o m谩s tarde, Radu, el segundo hijo de Soraia, se cay贸 al pozo y se ahog贸 bajo las miradas de su madre y otra vez hubo en la casa duelo y dolor durante medio a帽o. 芦Esto no huele bien禄 escrib铆a entonces el peri贸dico local Las cinco de la tarde, sugiri茅ndoles a los fiscales de Sim Leusilv que deber铆an buscar la verdad tambi茅n en otros sitios. Ioancoo personalmente se dirigi贸 a la polic铆a y solicit贸 una inspecci贸n especial, tras la cual fue multado 茅l mismo por no haberle puesto al pozo un tubo de hormig贸n m谩s alto. −隆Pobre hombre! 鈥搇e compadec铆a la gente−. Tras aceptar ser padre de tres ni帽os hu茅rfanos y quererlos como a la luz de sus ojos, ahora paga tambi茅n multas injustamente. −Al diablo, 隆que pague! Que se hubiera ca铆do 茅l en el pozo 鈥搇o maldijo entonces Mariza, que viv铆a enfrente de Ioancoo−. 隆Este es un miserable y un diablo mezquino! 隆Y vosotras, las mujeres, sois tontas y se os secan los ojos de tanto mirarlo porque viste unos andrajos de segunda mano para parecer de la ciudad! Instintivamente, sinti贸 que la muerte de los dos adolescentes ten铆a que ver con la llegada de Ioancoo a Beerk, pero como no pudo justificar su actitud, la consideraron celosa. M谩s tarde se muri贸 la misma madre de los tres hu茅rfanos, Soraia. Con ella la cosa fue m谩s complicada, porque pis贸 un clavo oxidado, no fue al m茅dico, enferm贸 de t茅tano y agoniz贸 durante un a帽o. Cristu葲, el hijo menor de la familia, tampoco se libr贸 de un final tr谩gico, pues se tir贸 al mismo pozo en el que muri贸 su hermano Radu, en la noche de la muerte de su madre, por el dolor. As铆 se qued贸 Ioancoo solo en la casa de siete habitaciones, construida por el anterior marido de Soraia, en los tiempos en que el pobre hombre hab铆a trabajado en las minas de Uricani y Lupeni. Los paisanos quer铆an a Ioancoo porque era un hombre tranquilo, discreto y siempre ayudaba cuando se le ped铆a alg煤n favor. Las mujeres lo cortejaron durante muchos a帽os, pero 茅l no contestaba a las provocaciones m谩s all谩 de los l铆mites de la buena educaci贸n. En cuanto al dinero, era rico, as铆 hab铆a venido al pueblo y siempre vest铆a con elegancia. −隆Es un putero! −lo acusaba Mariza cada vez que sal铆a el tema de la seriedad del vecino Ioancoo−. Yo lo echar铆a del pueblo con la polic铆a鈥 −Es buena gente 鈥搇o defend铆an otros−. Siempre que lo he llamado para hacer de ni帽era para mis hijos, porque no ten铆a con qui茅n dejarlos, ha venido. Y los lav贸, un se帽or como 茅l, y les cambi贸 de pa帽ales 隆y no solo una vez! −A m铆 tambi茅n me cae bien 鈥揹ec铆a Viltor−. Todo el verano pasado me pas贸 el heno al carruaje con la horca y no quiso recibir un leu, dec铆a que prefer铆a trabajar antes que aburrirse en su casa. −隆Es un miserable! 隆Es un miserable! 鈥搇o catalog贸 en cambio un sobrino de Sogia que viv铆a en el centro del pueblo−. Yo he observado unas cosas raras en 茅l, pero no puedo hablar de eso, que tengo miedo. 隆Cuidado con 茅l, os digo! Las acusaciones que se le hac铆an siempre se consideraba que se deb铆an a que no fuera originario de Pectara. Pero la envidia y los celos tambi茅n eran supuestos factores para la instigaci贸n contra 茅l. Los principales instigadores eran sobre todo los hombres que sospechaban que sus mujeres hab铆an estado coladas por 茅l. A Helena nunca le ocurri贸 que llegara a ser sospechosa de una relaci贸n extraconyugal con Ioancoo, precisamente porque, desde el principio, el nuevo vecino hab铆a entrado en su casa como un pariente. Consider谩ndolo m谩s culpable que nunca por haber tra铆do a la vida de Viltor un fruto envenenado, decidi贸 asesinarlo aquella noche. Por eso, no apret贸 el picaporte, aunque escuchaba a Viltor roncando en el dormitorio y estaba impaciente por contarle los detalles de su aventura en Furrya. Mir贸 el reloj. Era la una y media. No sab铆a por qu茅, pero conociendo a Ioancoo, estaba convencida de que este llegar铆a a casa como mucho una hora m谩s tarde. Entr贸 en la cocina de verano y recapitul贸 el arsenal necesario. La estrategia ya la ten铆a, la hab铆a pensado en el camino desde Ciucea: parte de las herramientas estaban al alcance. Conoc铆a bien la casa de Ioancoo. Sab铆a que a la entrada en el porche, al lado de las cuatro escaleras de hormig贸n, a la altura de un metro y medio del bordillo de m谩rmol negro con hilos dorados, el constructor hab铆a instalado un enchufe. Era un monof谩sico hundido en el enlucido, con una tapa de pl谩stico transparente, utilizado sobre todo para la motosierra o el sistema de riego. Cerr贸 los ojos, apret贸 los globos oculares como entre dos c谩scaras de nuez para reunir sus fuerzas, despu茅s de lo cual quit贸 el polvo de la bolsa vieja de hule que se encontr贸 por casualidad sobre el caj贸n de le帽a bajo el horno. La longitud del cable el茅ctrico que necesitaba estaba calculada y sab铆a que ten铆an que ser al menos dos metros. Desenchuf贸 la televisi贸n, cogi贸 el cable alargador, lo cort贸 y le quit贸 el aislamiento del extremo unos ocho cent铆metros y lo introdujo en la bolsa. Sali贸 al patio. La casa de Ioancoo todav铆a estaba a oscuras, todav铆a no hab铆a vuelto. Entr贸 en el establo. En el fondo del cobertizo hab铆a un caj贸n grande de madera, en el que tiraban, hac铆a muchos a帽os, todo tipo de piezas y tornillos que se supon铆a que pod铆an servir en un momento dado. Sab铆a que unos a帽os atr谩s hab铆a encontrado en el polvo de la callejuela un clavo roto de una grada de cultivador y que lo hab铆a tirado en aquel caj贸n. Era un clavo de metal acerado, largo, de unos veinticinco cent铆metros, cuadrado, con la punta afilada en la forja y el otro extremo hinchado por los golpes. Se agach贸, rebusc贸 por entre anillas de acero oxidado, tornillos, extremos de ejes de los carros, tocando con los dedos por el rinc贸n donde recordaba haberlo visto la 煤ltima vez. Ciubuc dorm铆a en el heno calentado por su propio cuerpo y, sin abandonar su lecho, la miraba con el hocico sobre las patas delanteras. Los guantes de goma que utilizaba cuando frotaba las ollas ahumadas con arena estaban tirados encima del horno. 芦Este detalle es fundamental −pens贸−. Los guantes son lo m谩s importante, para no dejar huellas y las botas de goma igual, para no electrocutarme. Pero no solo ellas, sino tambi茅n el martillo y los chanclos, si me cupieran encima de las botas禄. Toquete贸 con meticulosidad todos los objetos del caj贸n y encontr贸 el clavo de la grada. No era de la suya, era un trozo de acero herrumbroso de una de madera, tirada anta帽o por los bueyes. Pero no de los suyos, ellos hac铆a mucho tiempo que no utilizaban herramientas acarreadas por animales. Era una reliquia del periodo posb茅lico, cuando la gente de su pueblo todav铆a no conoc铆a el tractor. Dio con el clavo de la grada en el polvo grueso de dos cent铆metros en el fondo del caj贸n. Viltor no lo hab铆a visto nunca, por absoluta casualidad no hab铆a visto nadie el clavo de la grapa tirada en otros tiempos por los bueyes y guardado por ello, durante un periodo de tiempo, en la viga del porche. Ahora era de utilidad. −Cualquier cosa es 煤til si es de metal 鈥揾ab铆a escuchado a su padre decir en su infancia−. En madera puedes esculpir en seguida un arco o un p茅rtigo; pero si no tienes una anilla de metal para tirarla por la boquilla鈥 −驴Qu茅 es la boquilla? 鈥搑ecordaba que le hab铆a preguntado. −El cabo del clarinete 鈥揻ue la explicaci贸n y desde entonces, siempre que encontraba en alg煤n lado un hierro oxidado, se acordaba de sus palabras. Ahora tambi茅n se acord贸 de ellas, aunque no ten铆a ganas de recuerdos. Toc贸 con la yema de los dedos el canto del clavo redondeado por los terrones que hab铆a molido a lo largo del tiempo y entendi贸 que hab铆a agarrado el extremo m谩s chato del clavo. Mir谩ndolo en la oscuridad, no distingui贸 m谩s que la imagen de una 芦coma禄 gigantesca, como para rematar una idea extra帽a. Abri贸 la bolsa que ten铆a al alcance y lo dej贸 caer dentro. Al chocar con el martillo viejo, se escuch贸 un tintineo. No se preocup贸, el ruido no hab铆a sido tan fuerte como para despertar a Viltor. 芦驴Qu茅 m谩s me falta? 鈥搒e pregunt贸−. Necesito los guantes que ya llevo puestos, las botas de goma de los pies, el clavo, el martillo, la tenaza y el cable el茅ctrico. M谩s o menos eso禄. Sali贸 del cobertizo, mir贸 hacia la casa de Ioancoo y vio la luz encendida en el ba帽o. −隆Ha vuelto el estrigoi! −murmur贸. Se dirigi贸 hacia la vi帽a. Apretaba fuertemente los asideros de la bolsa de herramientas, cuyo contenido no dejaba de revisar. Subi贸 por la senda del Gruy, cruz贸 el riachuelo a unos ciento cincuenta metros cuesta arriba desde su casa. Por encima del pozo pasaba un sendero desde el bosque hacia el pueblo y las huellas pod铆an provenir de cualquier direcci贸n. Esper贸 un rato acurrucada en las faldas de una colinilla, a cincuenta metros de distancia de la casa de Ioancoo. El perro de Ioancoo la percibi贸, pero no ladr贸. Estaba acostumbrado a verla por las noches entrar a hurtadillas en la casa de Ioancoo. El fr铆o le llegaba a los huesos, pero su deseo de poner su plan en aplicaci贸n era mucho m谩s fuerte que la helada. 芦Espero que se apaguen las luces 鈥搒e dijo−. Ir谩 a dormir al fin y al cabo禄. Beerk estaba desierto a esas horas, en las fincas de la gente nadie hab铆a olvidado ninguna luz encendida. Aunque acomodados, los habitantes de Pectara eran conocidos por su avaricia. Por eso, tras el anochecer, en las callejuelas de Beerk, pero tambi茅n en las de toda Pectara, los estrigois se transfiguraban tranquilamente bajo la protecci贸n de la oscuridad tradicional. Finalmente, los rayos blancos del tubo fluorescente del ba帽o de Ioancoo se apag贸 y la entera propiedad se hundi贸 en la oscuridad. 芦Tengo que esperar al menos una media hora m谩s −calcul贸−. Hasta que est茅 durmiendo profundamente como en el tren, hasta que est茅 so帽ando que est谩 paseando por palacios de Cuttyt, que est谩 bajando con el Ascensor de la Monta帽a y andando por el camino sin regreso, hacia los muros donde quer铆a enterrar a mi hijo. 驴Tiene poderes m谩gicos? 鈥搒e acord贸−. No pasa nada, yo tengo poderes mal茅ficos, quiero verlo contorci茅ndose en las garras de la muerte, en las garras de una muerte definitiva, tras la cual no pueda ser resucitado jam谩s all铆, debajo de la tierra tirada por la gente en su tumba禄. Permaneci贸 as铆 un rato. Mir贸 de nuevo la hora. Hab铆a pasado casi un cuarto de hora del tiempo reservado a la espera. Baj贸 por la senda que rozaba el nogal enorme, pero no entr贸 en el patio. Un murci茅lago vol贸 cerca de ella, a punto de enredarse en su cabello. Se imaginaba que pod铆a ser un esp铆a de Cuttyt, pero no quer铆a pensar en cosas que pudieran hacerla retroceder. Estaba impaciente por llevar a cabo su plan, volver a casa, meterse en el lecho al lado de Viltor y dormir hasta el d铆a siguiente a mediod铆a. 芦No deber铆a tardar m谩s de cinco minutos −calcul贸−. Lo mando al otro mundo y me voy禄. El murci茅lago volvi贸, esta vez distrayendo su atenci贸n por el atrevimiento de las acrobacias que hac铆a delante de sus ojos. −Vuela todo lo que quieras 鈥搇e dijo−, con tal de que no te me metas en los ojos鈥 De mis manos no lo libra ahora ni Cuttyt, ni Choon, ni su amigo Demonio. 隆Nadie puede librarlo de la furia de Helena esta noche! Hasta llegar delante de la casa de Ioancoo faltaban cincuenta metros. Conoc铆a cada detalle del patio. En el lado que daba al jard铆n ten铆a que pasar por un peque帽o portal de hierro forjado con una inscripci贸n soldada en la que pon铆a una fecha: 芦1973禄. Era el a帽o en que el minero se hab铆a jubilado. Sab铆a c贸mo abrirlo, hacia la derecha. Ten铆a una cerradura con las plaquitas fundidas en bronce, con picaportes amarillos y cobrizos. 芦Vale 鈥損ens贸−. Me he acercado bastante, tengo que llamar al perro antes de que empiece a ladrar禄. Llam贸 al perro. Era un perro de tama帽o grande, negro, de diez a帽os, de pelo rizado, rebosante de salud. El animal se le acerc贸 y se sent贸 a sus pies. Lo ignor贸. Cuando lleg贸 a las escaleras, sac贸 el cable el茅ctrico y at贸 uno de los hilos al picaporte lustroso de la puerta met谩lica de la entrada. Conect贸 el otro extremo al enchufe situado a la altura de su hombro y llam贸 a la puerta. −驴Qui茅n es? 鈥搒e escuch贸 la voz de Ioancoo. −Soy yo, Helena, he venido para que nos reconciliemos. 隆脕breme! No me sienta bien que estemos re帽idos鈥 El anciano reconoci贸 su voz y se levant贸. La crey贸. Much铆simas veces hab铆an discutido por a saber qu茅 motivos durante el d铆a y se hab铆an reconciliado por la noche de la misma manera. −隆Vale, voy! 鈥揹ijo Ioancoo−. Un momento. Lo escuch贸 c贸mo sal铆a de la cama, abr铆a la puerta del dormitorio, se pon铆a los zapatos y se acercaba. Cuando la llave gir贸 en la cerradura y la puerta empez贸 a abrirse, Helena peg贸 el segundo hilo del cable el茅ctrico a una bisagra. Un cortocircuito seguido por una llama blanca ilumin贸 el patio y el brazo del estrigoi se volvi贸 negro. Ocurri贸 tan r谩pido que, si el gemido corto de Ioancoo no hubiera sido seguido del ruido de una ca铆da, se podr铆a jurar que este no hab铆a hecho m谩s que 芦隆Sssst!禄. −隆Eso ha sido! 鈥揹ijo Helena−. Se acab贸. Sac贸 el cable el茅ctrico del enchufe, lo recogi贸, sac贸 de la bolsa que sujetaba bajo el brazo la tenaza y desmont贸 los picaportes quemados por el cortocircuito. Los introdujo en la bolsa, junto con el cable y la tenaza y entr贸. En el pasillo, Ioancoo todav铆a respiraba tendido en el suelo de baldosas, la mano derecha que humeaba ol铆a a carne humana quemada. Se agach贸 sobre 茅l, sac贸 de la bolsa el martillo y el clavo de grada y se lo hinc贸 en el coraz贸n. Con tres golpes, el clavo oxidado entr贸 en el pecho del estrigoi hasta el fondo. Una gran mancha de sangre se imagin贸 Helena bajo su albornoz, pero no se qued贸 para verlo. Tir贸 el martillo a la bolsa de la que lo hab铆a sacado, arranc贸 el clavo de grada del pecho del viejo para que no quedara ninguna huella de 茅l, lo dej贸 caer tambi茅n a la bolsa, mir贸 el cad谩ver una vez m谩s, cerr贸 la puerta detr谩s de ella y se dirigi贸 hacia el bosque. El murci茅lago se hizo de nuevo presente, pero mientras no la estorbara para nada, no le hac铆a caso. Enterr贸 la bolsa de herramientas muy profundamente en una madriguera de zorros abandonada, al borde del Bosque del Oso, a quinientos metros del pueblo. Sobre las tres y media estaba de vuelta en la callejuela. Arranc贸 el coche y lo llev贸 al garaje. Ning煤n movimiento en su granja o en los campos. Ning煤n ruido en el cielo o en la tierra. Solo Trahan, en su apartamento lujoso del Castillo de los Pitoidas, solt贸 un grito.
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