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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2014-05-14 | [This text should be read in espanol] |
En tiempos muy lejanos, existÃa un paÃs cuyos ciudadanos estaban divididos por voluntad propia, en tontos e inteligentes, a excepción del gobernante que no era parte de esta división, ya que no habÃa podido ser clasificado en alguna de estas alternativas, por toda la comunidad, incluso por él mismo, por razones que no vale la pena mencionar.
La vida en este pueblo transcurrÃa la mayor parte del tiempo en forma apacible, salvo cortos perÃodos en que el gobernante, junto a sus gobernados, debÃa tomar decisiones de importancia, puesto que para las que no la tenÃan, decidÃa por cuenta propia. Como es de suponerlo, en estos pequeños lapsos de tiempo las discusiones abundaban, y a pesar de todo, la cordura siempre terminaba por imponerse y se tomaba la mejor decisión. El principal oficio, entre otros, de los ciudadanos inteligentes era el de estudiar los grandes problemas y tratar de encontrarles la mejor solución. En cambio, para los tontos, que eran minorÃa, todo el tiempo lo dedicaban a discutir nimiedades, pues pensaban que para solucionar los asuntos importantes, en el transcurso de la discusión con los inteligentes, tendrÃan que imponerse, como era natural esperarlo, las tonteras propugnadas por ellos, con la anuencia y satisfacción tanto del gobernante, como de los gobernados autocalificados inteligentes. Como casi todas las cosas buenas que suceden en esta vida están destinadas a durar poco, dos acontecimientos vivieron a menoscabar esta apacibilidad. Cierto dÃa, que por la lejanÃa del tiempo es difÃcil precisar, un extranjero informado de lo bien que se vivÃa en este paÃs, debido principalmente a la buena estructura de sus miembros para la toma de decisiones, atinó a tomar la determinación de ir a radicarse en él y de esta forma solucionar, al mismo tiempo, los grandes problemas por lo que estaba atravesando en su lugar de origen. De la manera como llegó y como fue aceptado por la comunidad, no es ésta la ocasión para referirlo, pero se puede decir que da para otro cuento. Desde el primer dÃa, a pesar de que estaba informado, se le dieron a conocer las reglas necesarias para que subsistiera y se le solicitó que se autocalificara para integrar uno de los grupos. Como él era inteligente, asà él lo creÃa, se integró de inmediato al grupo de los inteligentes y prestamente se abocó al estudio de los grandes problemas; pero cual no serÃa su sorpresa, cuando al empezar a emitir las soluciones de estos grandes problemas observó que las suyas ni siquiera eran tomadas en cuenta. Como se consideraba inteligente, empezó a fabricar grandes problemas para que fueran solucionados por el resto del grupo y asà tomar conocimiento cabal de cómo ellos los enfrentaban y de esta manera poder asimilarse totalmente, pues razonaba, que si actuaba como ellos sus soluciones serÃan consideradas. No tardó mucho más en darse cuenta, de que por bastante que hiciera, difÃcilmente serÃan admitidas y tampoco en percatarse, de que las soluciones a los problemas por él planteados diferÃan de las que él elaboraba hasta el punto de ser antagónicas. En ese momento tenÃa tres opciones: volver a su lugar de origen, adoptar la posición del gobernante y la tercera, integrarse al grupo de los tontos. Las dos primeras las desestimó por razones obvias y por consiguiente, se integró al grupo de los tontos, ya que era la opción más cuerda de las tres. Desde el primer momento que entró en contacto con los integrantes del grupo de los tontos, como se creÃa inteligente, trató de liderar este grupo, pues de donde el provenÃa los más capaces eran lÃderes. Al tratar de hacerlo rompió la regla básica de que en el grupo no podÃan haber lÃderes con derecho a continuidad, ya que éstos se daban sólo en el curso de las discusiones con los inteligentes y estaban supeditados a la improvisación. A pesar de hacer las cosas con mucha astucia, fue descubierto y puesto en su lugar. Lamentablemente, las cosas que el extranjero habÃa empezado, tomaron cuerpo en uno de los integrantes de! grupo de los tontos, el cual después de algunas reflexiones acerca de lo grande que se habÃa tornado el grupo y de su gran capacidad de solucionar pequeños problemas, decidió derrocar al gobernante, lo que consiguió sin grandes esfuerzos y de paso, desterrar al personaje que tantos problemas habÃa traÃdo a esta extraña comunidad. Del Gobernante se puede decir que dolido por lo que le habÃan hecho decidió autoexiliarse en un paÃs vecino. Transcurrido cerca de un año, el nuevo gobernante determinó que su lugar era el que siempre habÃa tenido y mandó a buscar al ex-gobernante para que se hiciera cargo nuevamente del gobierno, lo que éste aceptó gustoso, ya que durante todo este tiempo no habÃa podido realizar las funciones a las que estaba acostumbrado. A su vuelta, sus dos primeras medidas fueron las de perdonar al usurpador y permitir el ingreso de! extranjero que vivÃa y penaba por volver a este curioso paÃs. Estas medidas fueron las únicas de trascendencia que se le permitieron al gobernante, puesto que el perdón y la radicación eran dos de las medidas tácitas que sólo eran manejadas por la totalidad de la comunidad. Se puede agregar además, que el desterrado, durante el tiempo en que no se le permitió la entrada pudo reflexionar acerca de las reglas de esta Comunidad y con ello determinar que no podÃa haber otro paÃs donde el pudiera vivir de una manera mejor, también que a su regreso trabó una inmensa amistad con el usurpador y que gracias a ésta ambos pudieron sopesar la situación y determinar que harÃan lo posible para que nunca más pasarÃa algo similar a lo que ellos habÃan contribuido que sucediera. Finalmente dÃcese por ahÃ, que ambos pudieron readaptarse sin dificultad y, que contribuyeron a que este paÃs pudiera volver a la normalidad de sus reglas y siguiera desarrollándose por mucho tiempo más. Lionel HenrÃquez B. Valdivia, Junio de 1988 |
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