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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-10-09 | [This text should be read in espanol] |
HacÃa ya algún tiempo que Christopher Olmos no era parte de ninguna de sus asombrosas y exitosas tareas de investigación policÃaca, que lo habÃan convertido sin ningún lugar a dudas, en uno de los detectives de mayor renombre de su paÃs. Luego de haber dado con el asesino serial, que durante varias temporadas veraniegas habÃa azotado la ciudad balnearia de Villa Cristalina manteniéndola en vertiginoso pánico, decidió retirar su nombre de la lista de detectives privados incluida en la GuÃa de Comercios y Profesiones. La razón principal para hacer esta quita, habÃa sido que el extenuante y arduo trabajo realizado, logró producirle un pronunciado desgaste, tanto fÃsico como intelectual, y para ello, lo mejor que podÃa hacer era tomarse unas extendidas vacaciones.
Con una notoria cantidad de dinero en su cuenta bancaria, que principalmente habÃa sido financiado por una cadena hotelera, sumamente afectada por la merma de turistas. Christopher se decidió viajar hacia la montaña para tomarse un merecido descanso. La tarea de Villa Cristalina le habÃa quitado cualquier incentivo para hacerlo en una playa. Entonces, se decidió a realizar una larga estancia en una pintoresca hosterÃa, ubicada frente a un lago, en un profundo valle con laderas cubiertas de conÃferas. Luego de varios meses de pausa y de ocio en aquel sitio, regresó a la ciudad volviendo a promocionarse en la guÃa, y no habiendo pasado, ni dos dÃas de haberlo hecho, recibió su primer llamado en reclamo de sus servicios. El caso que le presentaron, consistÃa al parecer, en una extremadamente misteriosa desaparición de obras de arte en el Museum del Renacimiento. Christopher sin vacilar demasiado, aceptó la solicitud acudiendo al museo para comenzar con la investigación. El caso a resolver, implicaba la sustracción de todas las pinturas y esculturas que habÃa en aquel establecimiento. Para su gran sorpresa, y la de todos, el punto de arranque de la tarea, fue encontrarse conque en el lugar de las faltantes, habÃan quedado lienzos casi en blanco, pero algo manchados con diversos colores de oleos, y en el lugar de las esculturas quedaban piedras de mármol y granito sin formas, y bastante arena. La sensación que daban estos elementos, dejados por los ladrones en el lugar de las obras, era intensamente enigmática. A nuestro detective, la primera impresión que le dio, fue algo asà como que la formalidad estética hubiera abandonado su corporeidad material, dejando al sitio del museo impregnado de un escalofriante desencanto. Lo primer conclusión que extrajo de ello, fue que el captor, o el grupo de ellos, habÃan sido bastante originales al respecto. Para dar comienzo con la tarea de búsqueda, de las obras desaparecidas, Christopher pidió en el museo un catálogo donde figurasen las imágenes fotografiadas de las mismas; y tras observarlas muy detenidamente, alcanzó a sentirse completamente capturado por la terrible fascinación que ellas le irradiaban, y eso que Olmos no era para nada una persona adicta al arte, sino un apasionado de las ciencias exactas, que nunca habÃa podido concluir una carrera universitaria. Procedió entonces, a realizar una cantidad importante de fotocopias color del catálogo completo, y a su vez escanearlo para guardar las imágenes en un disco. Con las copias, mandó a construir varios sÃmiles del catálogo, para ser repartido entre distintas personas del arte, de las fuerzas de seguridad y de los medios periodÃsticos, para que todos ellos estuviesen al tanto de las desapariciones, y a su vez también puedan informarle de cualquier dato válido para llevar adelante la investigación. Solicitó también, a un webmaster, la confección de una página para colocar en ella el contenido del CD con la descripción de las obras, agregando un relato sobre la misteriosa desaparición, junto a los datos del detective a cargo de la misma, para recepcionar cualquier novedad al respecto. La Web construida, daba la opción de ser traducida a cualquier idioma del planeta. Por varios dÃas se ocupó vÃa correo electrónico, de informar del link de la página, a casi todas las grandes agencias de noticias y museos del mundo, que obviamente no habÃan recibido facsÃmile del catálogo. Los grandes periódicos, no tardaron en publicar la noticia junto a algunas de las imágenes del catálogo. Las redes de televisión se hicieron eco de la información y la difundieron reproduciéndola a una gran escala. Varias páginas de Internet, tomaron datos de www.renacimiento-perdido.net, que era la página, que Olmos habÃa hecho construir, haciendo conocer algunas de las imágenes de las obras. Las pinturas y esculturas desaparecidas proliferaron en medida inusual, provocando si se quiere, un cierto efecto de saturación. De alguna forma, muchas de las obras del museo era la primera vez que llegaban a la vista de las mayorÃas; mientras Christopher no se cansaba de observar las fotos, tratando de encontrar en sus formas, alguna pista que le facilitase la búsqueda. Era esta una de sus principales sospechas, tomando como dato relevante lo que habÃa quedado de ellas en el museo, como efecto residual, y esto parecÃa haberse convertido en idea-fuerza. Tras algunos señuelos, recibidos por intermedio de la policÃa, el detective acudió a Santa LucÃa, una ciudad portuaria ubicada a setenta kilómetros al sudeste del museo, cuando fue que se percató que estaba más compenetrado con las obras en sà mismas, que en la búsqueda de ellas, y esto le producÃa cierta retracción y ensimismamiento con respecto al mundo exterior. Caminando por las calles de un barrio de esa ciudad, y mediante la observación paciente y meticulosa de la gente, de los edificios, y demás objetos a la vista, actitud por lo demás necesaria, e indispensable para un buen investigador, notó que lo que le llegaba a sus ojos, le producÃa un dejo de euforia, casi como que esas imágenes lo atrapaban como nunca antes le habÃa sucedido con paisaje similar. De regreso al hotel, se miró al espejo, y notó que el verde de sus ojos era más intenso que nunca, tan intenso como las primeras hojas del árbol en primavera. Tras algunos dÃas de búsqueda, y rastreo en aquel lugar, pudo comprobar que las sospechas indicadas por la policÃa, habÃan sido simplemente, una falsa alarma. Ya no quedaba otra cosa por hacer en aquella ciudad portuaria, cuando Olmos se enteró que en Santa LucÃa, vivÃa un viejo artista plástico, que otrora habÃa logrado con sus pinturas una gran repercusión, inclusive a nivel internacional. Este se llamaba Leonardo Krueger, y Christopher decidió visitarlo en la modesta vivienda donde este residÃa. El pintor lo recibió al detective, con cierta desconfianza, pero ante la exposición del caso por parte de aquel, logró ablandarse bastante predisponiéndose a colaborar con él. Krueger se lamentó mucho por las desapariciones de las obras, que el conocÃa bastante bien, ya que muchas de ellas eran del estilo con el cual él, se habÃa formado estéticamente. Entonces Olmos, entregándole un catálogo, le sugirió que se detuviera en aquellas formas, ya que su sospecha principal, teniendo en cuenta que los ladrones habÃan dejado piezas vaciadas de aquellas, consistÃa quizás una de las pistas más importante para la investigación. Luego de debatir entre los dos por algunas horas unas cuantas hipótesis al respecto, el artista pidió concluir la conversación, ya que tenÃa que retirarse para pintar algunos letreros comerciales, actividad con la que ganaba el dinero para su subsistencia diaria, pidiéndole a Olmos que regresase en un par de dÃas, para comunicarle alguna ocurrencia al respecto. Sin poder salir de cierta encrucijada, con respecto a esta búsqueda, Christopher regresó caminando hasta su hotel, cuando en medio del trayecto se detuvo bastante asombrado, ante un grupo de jóvenes, que entusiastamente pintaban un inmenso mural sobre la superficie de un viejo paredón perteneciente a un centro cultural, que por lo que le comentaron, habÃa sido una edificación recuperada para fines sociales. Se maravilló bastante con las imágenes humanas, entre medio de grúas, fábricas, chimeneas y barcos de carga, expuestas con una gama de colores sumamente intensa, en donde primaban fundamentalmente, el rojo y el negro. Tras dos dÃas de escarpada especulación, acerca de la misteriosa desaparición del museo, regresó a lo de Krueger, para saber si este habÃa concluido algo al respecto, pero el pintor que habÃa observado detenidamente las obras en el catálogo, no pudo sacar de ellas ninguna conclusión favorable, que pudiese alivianar la búsqueda. Además Leonardo, le confesó apesadumbradamente a Christopher, que con respecto a aquellas obras, él sentÃa una extraña distancia, no solamente temporal, sino que no cuajaba con su tarea actual de letrista y diseñador de letreros publicitarios. Al detective, en un momento de aquella conversación, le dio la sensación de que al artista lo habÃa invadido una gran angustia, y casi como que algunas lágrimas le pedÃan brotar de sus ojos; cuando entonces Olmos, le pidió que se tranquilizase, para luego retirase de ahÃ. Volvió al museo, rastreó huellas digitales, y también procedió someter las piezas dejadas en el lugar de las faltantes a rayos X. Contrató un laboratorio para realizar diversas pruebas quÃmicas, y nada, la encrucijada era cada vez mayor. Era muy posible que esta lÃnea de búsqueda, lo haya llevado a nuestro detective a un camino por el cual seguramente, logró desatender un montón de otras pistas, pero sin preocuparse demasiado al respecto, y tras varias semanas de ardua investigación, escribió esta carta para el director del museo: -Estimado amigo A pesar de haberme compenetrado lo suficiente con esta investigación, la desaparición de estas obras artÃsticas para mÃ, ha pasado a ser un problema sin resolución. Tengo una sospecha al respecto, pero se, que si esta fuera mi afirmación, esto a usted, no le va a resolver absolutamente nada, con respecto a la tarea que me ha encomendó. A riesgo que me considere entrado en la locura, tendrÃa que decirle que para mi, las formas artÃsticas han abandonado el museo, debido a que se sentÃan muy solas, y al alcance de muy pocos, estaban como aburridas y se fugaron, metiéndose hasta en el punto más recóndito del planeta, tal vez embelleciéndolo, haciendo que adquiera formas inéditas. Es por todo esto, que creo que nadie se llevó, ni a las pinturas ni a las esculturas, sino que sus formas se evadieron de la materia que las contenÃa. Esa es mi conclusión. Sin otro particular lo saluda atentamente. Christopher Olmos.
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