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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-01-04 | [This text should be read in espanol] |
I
S贸crates, Melito y el joven Hegesias fueron comisionados por el gobierno de Atenas para investigar acerca de un extra帽o culto en el remoto poblado de Tarsis. La delicada situaci贸n pol铆tica ateniense requer铆a que problemas de esta naturaleza, que afectaban de lleno la estructura de la religi贸n oficial, se atendieran de inmediato, so pena de motivar severas cat谩strofes sociales. Pero el gobierno desconfiaba del audaz fil贸sofo S贸crates, quien a煤n gozando de gran apoyo popular, no era muy apegado al sentido de las decisiones del poder en turno; es por eso que lo acompa帽aba el astuto Melito, rival de S贸crates en varias de sus propuestas en el Consejo; su secreto cometido consist铆a en no perder de vista ning煤n detalle de la actuaci贸n de S贸crates para resolver el conflicto de Tarsis. S贸crates por su parte, hab铆a aceptado integrarse a esta comisi贸n, preocupado y con el af谩n de ayudar a su estimado disc铆pulo Hegesias, promoviendo, con este prop贸sito la integraci贸n del joven al peque帽o grupo, para que a trav茅s del cumplimiento del encargo, lo distrajera de su pesimismo extremo, que interpretaba las ense帽anzas socr谩ticas como un callej贸n sin salida, cuya 煤nica resoluci贸n aceptable ser铆a el suicidio. Pronto arribaron a la lejana comunidad, pavorosamente aislada entre montes pedregosos y solitarios. II De inmediato solicit贸 S贸crates reunirse con los representantes populares de Tarsis, quienes se presentaron de inmediato; y aunque respondieron a cada cuestionamiento y brindaron toda la informaci贸n requerida, a los ojos del viejo sabio, no escap贸 una disimulada actitud ladina. Los habitantes de Tarsis relataron pues, como a partir de cierta infausta noche, varios j贸venes pastores hab铆an sido brutalmente atacados en las colinas cercanas. Luego de este inexplicable ataque inicial, sobrevinieron muchos otros, resultantes en un gran n煤mero de n煤biles v铆ctimas asesinadas y luego devoradas como si una misteriosa bestia hubiera transitado por all铆, dejando su sangrienta estela. Los parientes de las v铆ctimas, se dedicaron semanas enteras a dar caza al escurridizo animal, hasta que al fin un grupo de ellos dio con la guarida del depredador. Pero en lugar de ser capaces de exterminar la amenaza, todos excepto uno de ellos, perecieron all铆. El sobreviviente poco despu茅s, en sus postreros momentos, asever贸 asombrosamente que sin duda el verdugo en cuesti贸n era un dios, un aut茅ntico e imponente s谩tiro. Los habitantes de Tarsis aterrados- m谩s en el fondo complacidos por la circunstancia extraordinaria de constituirse su comunidad, ahora, como sede de un nuevo santuario, un lugar donde era atestiguable la presencia de lo divino- decidieron venerar pues, la morada del dios: una gruta sombr铆a en la cumbre de un cercano monte. Y lo llevaron a cabo levantando all铆 un lugar de sacrificio, en donde peri贸dicamente ofrec铆an en ritual a alg煤n joven, quien honrado y orgulloso, se decid铆a a darse como prenda para el s谩tiro divinal. III Melito, altivo, orden贸 a aquellos burdos pastores que suspendieran sus rituales y clausuraran el santuario de inmediato; y adem谩s les exigi贸 que se apegaran todos, a las normas y pr谩cticas de la religi贸n establecida, puesto que de no hacerlo, ser铆an ajusticiados por las tropas atenienses. Loa habitantes de Tarsis, con irritaci贸n apenas contenida, comenzaron a mascullar amenazantes indirectas. S贸crates intervino all铆 conciliador, y pidi贸 a los aldeanos le mostrasen a la comisi贸n, la morada del dios. Pero aunque estos aceptaron sin reparo alguno, una furiosa tormenta impidi贸 realizar tal inspecci贸n. Apresurados por las pr贸ximas juntas de gobierno, a celebrarse al d铆a siguiente, los miembros de la comisi贸n decidieron regresar prestos a Atenas, pero sin embargo, y a consecuencia de esta partida obligada, Melito dispuso dejar en Tarsis, como delegado representante del gobierno ateniense, a Hegesias, para que vigilara el orden all铆 (esto lo hac铆a Melito con el prop贸sito de alejarle por todos los medios posibles de la tutela de S贸crates, para luego anexar inteligentemente, a su propia causa, a un joven tan prometedor). S贸crates, a煤n dubitativo, tuvo que secundar esta 煤ltima resoluci贸n, pero antes de irse recomend贸 adem谩s, que se suspendieran todos los sacrificios definitivamente, y tambi茅n los ritos, hasta que estos fueran observados y evaluados por otra comisi贸n inspectora- para el fil贸sofo, las muertes var铆as suscitadas recientemente en ese lugar, no eran obra m谩s que de alg煤n feroz jabal铆, y as铆 se lo hizo saber en privado a sus compa帽eros: Melito, concedi贸 estar de acuerdo con 茅l; Hegesias asinti贸 en silencio, al escuchar la explicaci贸n de su sabio mentor. Antes de partir, S贸crates habl贸 aparte a Hegesias, para instarle a que valorara esta oportunidad 煤nica que se le presentaba de hacer resguardar las leyes y la moral de las instituciones oficiales, y que adem谩s, a partir de esto, el joven fuera capaz de encontrar un fundamento y una gu铆a para su atormentada existencia: que pugnara entonces por perfeccionarse en su ser y que a trav茅s del razonamiento, y del auto-examen constante, erradicara definitivamente, su enfermiza melancol铆a. Hegesias le asegur贸 que as铆 actuar铆a, que partiese sin preocupaciones, y que esperara su pr贸xima reuni贸n con el grupo de estudio promovido por el viejo fil贸sofo, en cuanto el gobierno ateniense resolviera como actuar en Tarsis. S贸crates a煤n pudo ver la lejana se帽al de despedida de su estimado disc铆pulo, durante un momento apenas, antes de que se perdiera en la escabrosa distancia. IV Antes de que el mensajero le comunicara el apremiante anuncio, S贸crates presinti贸 que algo no iba bien en Tarsis. Y en efecto, informantes de aldeas vecinas le comunicaban que era imperiosa su presencia en la aldea del santuario del s谩tiro, puesto que all铆 el caos fan谩tico hab铆a retornado. De inmediato convoc贸 a Melito para la partida, quien irritado, durante todo el trayecto le recrimin贸 a S贸crates por la grave situaci贸n, e indirectamente, lo responsabilizaba de ella. Preocupado hondamente por la suerte de Hegesias, el viejo fil贸sofo apenas le puso atenci贸n. Arribaron a la aldea: estaba casi vac铆a, ni rastro de Hegesias. S贸crates le pregunt贸 a un anciano paral铆tico que estaba tumbado cerca, donde se encontraban todos y que estaba sucediendo en Tarsis. El anciano le inform贸 que hab铆a ceremonia en el santuario, llevada a cabo improvisadamente, para congraciarse con el dios. S贸crates consternado pidi贸 imperiosamente a Melito que congregara fuerzas armadas de los pueblos vecinos y que las condujera al santuario urgentemente. El pol铆tico le reclam贸 orgulloso y airado, que por favor no le diera 贸rdenes, pero al percibir un atisbo de furia en el rostro de sileno del viejo fil贸sofo, decidi贸 no arriesgarse m谩s y se apresur贸 a realizar lo solicitado. S贸crates ascendi贸 de inmediato, rumbo a la gruta divina. Cerca ya de ella, escuch贸 m煤sica siniestra y cantos de alabanza. Busc贸 una ruta entre las 谩speras rocas para aproximarse m谩s al lugar, y as铆 evitar, adem谩s, a la multitud congregada. Se asom贸 para ver lo que estaba sucediendo en la morada del s谩tiro. Quedo pasmado ante lo que observ贸 entonces: en el lugar de los sacrificios, un claro amplio y circular a las afueras de la gruta, colmado de huesos humanos y de una pestilencia intolerable, all铆 justamente, se encontraba Hegesias desnudo y sin ataduras, de rodillas sobre el altar de roca, y que invocaba adem谩s con grandes voces agudas, la presencia del s谩tiro, incit谩ndolo a que abandonara las profundidades de la cueva; implor谩ndole con dulces invitaciones y ofrend谩ndose completamente decidido. De pronto una sombra torcida apareci贸 en el umbral de la gruta. S贸crates se perturb贸 mucho cuando contempl贸 en toda su plenitud, a la luz de m煤ltiples antorchas, la aterradora figura del s谩tiro de Tarsis. Al dios, ante la vista de Hegesias, su v铆ctima inerme y deseosa, se le inyectaron los 谩nimos de sangre y con ansias bestiales se arroj贸 sobre ella. El joven excitado, al ver a la grotesca figura aproximarse de lleno, abri贸 los brazos para recibir al verdugo a plenitud. En ese momento S贸crates se precipit贸 desde su elevado escondite, y sorprendiendo a todos los celebrantes, apareci贸 espada en mano en el siniestro claro. El s谩tiro solt贸 entonces a Hegesias, quien cay贸 al suelo de huesos dando quejidos y se acurruc贸 luego a un rinc贸n, quedando a la expectativa. La criatura se adelant贸 hacia S贸crates bramando furiosa. El fil贸sofo entonces dio un paso hacia atr谩s y baj贸 la espada, intentando hacerse o铆r por el s谩tiro. Le dijo que hab铆a revisado registros p煤blicos en Atenas y que hab铆a descubierto ah铆, su verdadera identidad y su tragedia: el s谩tiro no era m谩s que el deforme hijo de una sibila perteneciente a Delfos y que se hab铆a retirado a Tarsis en su madurez, tras haber finalizado su labor en la sede del or谩culo famoso. S贸crates le dijo al monstruoso ser que sin duda sus malformaciones eran consecuencia de los vapores malsanos del or谩culo en Delfos, que hab铆a aspirado su madre con el prop贸sito de permitirse inundar por el dios, y as铆 poder pronunciar sus enigm谩ticas sentencias. El s谩tiro enmudeci贸 al escuchar esto, pero no ces贸 de avanzar hacia el viejo sabio con las garras levantadas. S贸crates prosigui贸 hablando y le explic贸 que no merec铆a existir dios alguno que ameritara el dolor y la muerte de las personas; y que lo aut茅nticamente divino era ser humano, enfrentando con entereza todas oscuridades y limitaciones de tal condici贸n. Lo invit贸 finalmente a asumir esa oportunidad y a que por ello, se dejara ayudar y guiar razonablemente para ir m谩s all谩 de sus obst谩culos f铆sicos. El triste ser, finalmente, baj贸 los brazos, apaciguado. S贸crates suspir贸. Pero justo en ese momento Hegesias, dando un rabioso alarido, se lanz贸 sobre el s谩tiro furiosamente. 脡ste, al sentirse irritado de nuevo por motivo de esta invitaci贸n al desastre, tom贸 del cuello a Hegesias y comenz贸 a agitarlo fren茅ticamente. S贸crates ante esto, actu贸 decidido y fue hacia el s谩tiro blandiendo la espada. S煤bitamente la criatura solt贸 a Hegesias y enfrent贸 a S贸crates. Le arrebat贸 el arma, lo derrib贸 al suelo y le puso las torcidas rodillas sobre el pecho. Entonces levant贸 en alto la espada, y sin titubeos, se la clav贸 en su propio coraz贸n. Los aldeanos se agitaron furiosos, y ya se dispon铆an al linchamiento, cuando arrib贸 al lugar Melito con las tropas, que r谩pidamente tomaron el control de la situaci贸n. Melito, al mirar la impactante escena de S贸crates incorpor谩ndose, Hegesias de rodillas y la pat茅tica figura del cad谩ver deforme con el arma en el pecho, comprendi贸 todo y sonri贸 socarronamente con aires de triunfo. Hegesias mientras cubr铆a su desnudez, clav贸 en S贸crates una mirada de odio infinito; el viejo fil贸sofo la enfrent贸 con un gesto de imperturbable piedad. A la larga Hegesias, baj贸 la mirada. V Al llegar a Atenas, Melito de inmediato acus贸 a S贸crates de corruptor de menores ante las autoridades de Atenas, y ejemplific贸 como prueba concluyente de esto, el c贸mo orill贸 con sus falacias, a una joven v铆ctima del destino, a una penosa muerte por mano propia. S贸crates tras ser enjuiciado, result贸 culpable y condenado a muerte. Se defendi贸 el sabio filosofando y filosofando cumpli贸 noblemente la sentencia: se bebi贸 la cicuta sin vacilaciones, y se despidi贸 de sus queridos disc铆pulos mientras mor铆a, recomend谩ndoles prudencia y raz贸n, y entonando poemas a la Bondad y a la Belleza. Melito tras este p铆rrico triunfo, a la postre, fue descubierto en turbias y fraudulentas maniobras pol铆ticas y de igual manera fue condenado a morir. Nadie se ocup贸 de relatar su final. Hegesias por su parte vivi贸 largo tiempo, y se hizo tristemente c茅lebre arrastrando a cientos de j贸venes al suicidio, gracias a su tratado 鈥淒el arte de morir de hambre鈥. Alarmadas las autoridades, prohibieron la circulaci贸n de esta obra, y suspendieron bajo amenaza de pena capital a Hegesias, de toda tentativa de ejercer su radical ense帽anza. Se cuenta que Hegesias entonces, se dirigi贸 a la abandonada Tarsis y se refugi贸 en el santuario en ruinas. Nunca m谩s se supo de 茅l. Este fue el fat铆dico destino, del s谩tiro de Tarsis. Copyright 漏 Jes煤s Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados. |
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