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El último destino del Teocuicatl
prose [ ]

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by [Jesús Ademir ]

2008-01-05  | [This text should be read in espanol]    | 



“Estábamos al borde mismo del cosmos: me bastaba dar la orden para que mis compañeros androides, nautas del espacio, maniobraran la nave Teocuicatl más allá de los límites del universo y traspasáramos su final, a fin de desembocar en la nada o en algo totalmente inimaginable. Entonces tome aire y…

¿Dicté instrucciones?”

“De pronto todo se oscureció y se hizo un extraño silencio: parecía haberme quedado sólo en aquel momento, en el cuartel de mandos de la nave. Instintivamente traté de alcanzar mi arma; sin embargo alguien se me adelantó, y sentí en la espalda la dureza de un cañón de pistola.”

“Ese alguien me dijo en susurros entonces:
-Capitán Zorba, no intentes nada, sólo escucha. Tú cruzaste el umbral, sí, pero lo que viste más allá fue algo tan espantoso, tan demencial, que al transmitir ese conocimiento a la Tierra, al comunicarles tu experiencia, provocaste el fin de la civilización humana por obra de la desesperación y la locura que les llevó hasta la muerte, al oír tu mensaje, al compartir tu visión.”
“Aprovechando que en un cierto punto, más allá del límite de la realidad, espacio y tiempo, se anudan y giran sobre sí, la nave Teocuicatl, ha retornado en su marcha hacia un tiempo primigenio, en donde su aparición inesperada, provocó indirectamente la gestación de la vida en el cosmos. Luego, este secreto, el de tu experiencia determinante, el más importante acontecimiento en la historia humana, fue preservado secretamente como una profecía sagrada, a lo largo de millones de años. Imagina cuántas vidas se sacrificaron por resguardarlo. La vida entera del universo y del hombre se ha tenido que repetir por completo, para que yo llegue hasta aquí, ahora, para impedirte dar esta orden, por un medio u otro- y aquí hizo sonar el arma presionada sobre mi espalda- aunque eso signifique lo que tu puedes suponer, tanto para ti, como para mi, y para todos los seres existentes.”

“¡Decide ahora, Capitán Zorba!”

-Esta bien, no avanzaré, daré marcha atrás, no traspasaré el límite…-concedí sin remedio.

-Buen chico, te conozco, te conozco…

Lentamente los susurros se perdieron en el silencio, y el contacto frío en mi espalda cesó.

La iluminación retornó a fulgurazos, hasta que se estabilizó por completo.

Mis compañeros nautas androides, allí estaban de nuevo en sus puestos en los mandos de la nave y observaban a la expectativa de mis próximas instrucciones.

-No avanzaremos más, hay que retroceder por la ruta que hemos llevado, ahora mismo.

-Si, señor-obedecieron estupefactos, disponiéndose a desandar la ruta sideral, que tanto nos había costado recorrer.

Yo no quise comentarles mi insólita experiencia, y salí presuroso de la cabina de mandos.

Mientras me apresuraba a mi camarote contemplé la negrura del espacio, a través de la superficie cristalina de la cubierta del casco de la astronave Teocuicatl.

¿Quién me había hablado? La voz de aquel intruso era un tanto conocida, y a la vez totalmente ajena con referencia a cualquier tripulante de la nave.

Pero sí, un tanto conocida, tan conocida que…

Repentinamente, el percatarme de la tragedia ingente provocada, me hizo trompicar al entrar presto y trémulo a mi camarote.

Si la nave, al retroceder en el tiempo, había provocado hace millones de años la aparición de la vida en el cosmos…y si ahora esa posibilidad había sido clausurada por el retroceso que yo mismo había instruido… entonces….

***

-¡Capitán! ¡Capitán Zorba!

Le interrumpió en sus pensamientos un androide nauta que llegaba raudo y consternado.

-¿ Q-Que pasa?

-Hemos perdido la comunicación con todos los planetas habitados…de pronto todos los hombres han comenzado a quejarse en agonía, y luego desaparecer…algo terrible ha sucedido allá.

El Capitán no dijo nada, solo se quedó cabizbajo

Ante esta nula respuesta, el joven nauta, confundido y atribulado, se alejó corriendo por el pasillo metálico.

El capitán Zorba, luego, al sentirse ya sólo, alzó la vista nublada en lágrimas desesperadas y se miró en el espejo

“Te conozco: eres un buen chico…”

Su reflejo en el cristal le sonrió con burla, y le miró con un odio infinito.

“Te conozco”


Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.

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