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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-01-19 | [This text should be read in espanol] |
Necesito escribir sobre aquellos dias en los cuales el paisaje de la tierra donde vivo era virgen.
Caminábamos descalzos sobre los cantos rodados y las rocas que estaban en la playa, que estaba virgen, sin contaminar. Como mucho, algunos peñascos tirados en ciertas zonas para que el mar no se comiera la carretera. Nos subĂamos sobre las placas submarinas que quedaban al raso bajo una cortina de agua tĂmida y que estaban llenas de una pelusilla marrĂłn, un alga muy fina, como una especie de musgo. No resbalábamos por allĂ. HabĂa otra alga más verde y más dura que sĂ ofrecĂa peligro de caer, pero como mucho… al agua. Me gustaba pasear sobre esas placas y ver los pequeños peces entre las algas asĂ como los que se esconden debajo de la arena para pasar inadvertidos. Me gustaba bucear para unirme a las bandadas enormes de pececillos y navegar junto a ellos o por debajo para no molestar. La verdad es que me sentĂa muy integrada al fondo submarino. Y podĂa permanecer varios minutos bajo el agua sin respirar, a la vez que nadar muy rápido para cubrir largas distancias. Era magnĂfico. TambiĂ©n me gustaba caminar sobre las rocas del puerto o de la playa, las placas que ya salĂan más hacia fuera. Por allĂ tenĂa la sensaciĂłn de que cada roca era un desafĂo a vencer. Las rocas de superficie más alisada se podĂan pisar sin calzado pero tenĂan el peligro de que algĂşn pescador dejara por allĂ sus anzuelos y encontrarlos clavados en la dureza que se hacĂa en la planta, dureza que yo creĂa que sobrevivirĂa en mis pies durante años. Pero habĂa rocas resbaladizas, escarpadas y muy ásperas que dañaban la planta. Y cada una tenĂa su manera de ser pisada y solventada. TenĂa entonces una estrategia para pasar por cada una de ellas e incluso, cuando logrĂ© dominarlas, encontrĂ© un pasadizo debajo para ocultarme, escuchando debajo de mĂ el mar rompiendo en los dĂas de temporal y cubierta de la lluvia. Además nos habĂamos especializado en la cogida de erizos y pechelinas sin cuchillo y su posterior consumo con agua de sal, asĂ que comida y resguardada pasaba muchas tardes de primavera, otoño e invierno en aquella playa de la cual decĂan que no tenĂa mucho interĂ©s para divertirse. Claro, no tenĂa arena, no se podĂa jugar bien a las palas, pero con unas sandalias sĂ era factible. TenĂa un fondo y una riqueza marina que merecĂa la pena resguardar. Pero no sĂ© por que, la frivolidad siempre gana las partidas. En la vida, todas estas experiencias me servĂan tambiĂ©n para solventar los peñascos que tenĂa que pisar en mi camino. Cada problema o cada roca era ese desafĂo a superar. Mi entrega, mi voluntad, mi firmeza a la hora de conseguir aquello que deseo y luchar hasta el final por lo que parece imposible, doblegarlo o, en su caso, saber renunciar a ello porque tenemos metas imposibles tambiĂ©n. A todo esto me ayudĂł el camino que seguĂ en la vida con mis experiencias. Me vĂ en la necesidad de enseñar a mi cerebro con práctica que los obstáculos siempre son susceptibles de ser superados. E incluso a mirar por encima de esos obstáculos o integrarse dentro del problema y reventarlo desde dentro o hacer de Ă©l un refugio, de su esqueleto, de su cuerpo. Cuando tras solventarlo o renunciar, habĂa quien me decĂa que parecĂa no tener corazĂłn, me daba mucha tristeza. AĂşn ahora, en cuanto puedo resolver algo intento poner manos a la obra rápidamente y parece que no siento ni padezco. Me pongo rápidamente en acciĂłn. Y al acabar, parece que veo las cosas tan fáciles… Claro que sufro, padezco como todo el mundo, me alegro como todo el mundo y como a todo el mundo le ocurre, no me gusta el dolor ni el sufrimiento mĂo ni el de los demás. Y menos mantenerlo durante dias, años, horas, a toda costa. No sĂ© por quĂ©, tengo un espĂritu más práctico y no me ha gustado nunca el planteamiento de: paciencia, quĂ©date sentada, mira, reflexiona, ve, y a ser posible, mantente al margen. No, no es lo mĂo. Lo mio es ver el problema, reconocerlo, buscar soluciones y actuar. Que salgo muchas veces herida… las cicatrices que adornan mi cuerpo lo demuestran, pero mi trabajo resulta bien hecho en la mayorĂa de las ocasiones. Y sobre todo, orden. Cuando a mi pesar, muchas veces, logro colocar la cosas en su lugar, aunque en mi pecho o en mi interior el dolor persista, me alegro de ver que las cosas siguen su curso y evolucionan favorablemente, como ha de ser. TambiĂ©n he aprendido a ver cuándo soy un escollo a solventar y me elimino lo más rápidamente posible. Me dicen que eso lo tienen que decidir los demás… pero no me gusta alargar sufrimientos gratuita ni innecesariamente. Y menos encontrar negligencia, frivolidad, snobismo en mi entorno. No sĂ©, no he tenido mis experiencias para vanagloriarme de ellas sino quizás por seguir organizando y reorganizando este entorno en el que vivo que no entiendo y que me hace vivir en una constante incomprensiĂłn y la mayorĂa de las veces, percepciĂłn de las cosas. No he entendido nunca la crueldad gratuita del •”ese no es como yo” sin tener una razĂłn por la cual ser cruel. AsĂ que siempre que alguien no me gustaba acudĂa a conocer el por quĂ© no me gustaba. Y buscaba un por quĂ© me gustara. Y aplicando de este modo las cosas en la gente que me rodeaba, lo aplicaba en mi entorno. Siempre me disgustĂł la gente que se queja de que algo está mal, sentada en su sillĂłn sin moverse para solucionarlo. Porque no se podĂa. Bueno yo iba a ver quĂ© podĂa hacerse y me consta que otra mucha gente lo hace tambiĂ©n. No nos quedábamos en casa escribiendo y lamentándonos por lo que podĂa o no podĂa ser, debĂa o no debĂa ser. Nos incorporábamos a labores de voluntariado y es más, nos inmiscuĂamos con aquellos a los que nadie querĂa para desgracia de nuestras familias o de nuestro entorno social. Ahora que me han tenido que detener para poder escribir, antes escribĂa a lo sumo algĂşn poema existencial o los trabajos escolares – ahora es cuando puedo realizar un suma y sigue de todos estos hechos. Pero entonces, no habĂa tiempo. Ahora es cuando entiendo que nadie me atracara por las noches, cuando volvĂa a casa tarde, aunque algĂşn que otro susto sĂ me llevĂ© porque nunca se sabe cuándo la gente va a reaccionar ni como. Precisamente los sustos venĂan de la gente supuestamente “bien”, de los que se quedaban sentados en el sofá o necesitaban la seguridad de su entorno. AĂşn ahora sigo solventando escollos e incluso enseño a los mĂos a seguir ese camino. El escollo de la droga, el escollo de la incomprensiĂłn, el escollo de la pobreza. El escollo de la amargura, de la paliza, de la irracionalidad, del racismo, del miedo sobre todo. Y hoy, cuando hablaba con una amiga que es como yo, de los problemas que surgen con nuestros hijos, quienes tambiĂ©n caminan con sus pequeños pies descalzos sobre la vida, analizando sus respuestas ante los problemas, creo que nos hemos sentido ambas muy orgullosas. De saber hacer y de saber renunciar. De no odiar y de razonar para seguir queriendo. De saber hacer frente a la soledad, a la amargura y a la incomprensiĂłn y de seguir construyendo sin parar. Esta conversaciĂłn durĂł media hora ante un zumo porque la inmovilidad está fuera de nuestro alcance y en seguida nos volvimos a poner en acciĂłn. A unir, a atar, a desatar, a apoyar, a ayudar, a arreglar. O a desatar y desarreglar que muchas veces tambiĂ©n hay que hacerlo asĂ. Ella por tierra, yo por mar. Ambas fuimos niñas que saltamos por encima de los problemas calizos o de los placajes marinos de la irrealidad. Y espero que ya, no cambiemos. Que sigamos mirando con nuestras manos abiertas y nuestros pies descalzos los temporales de la vida y la cordillera de la negligencia humana. Y sepamos solventarlos.
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