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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2007-01-18 | [This text should be read in espanol] |
Nos enamoramos entre dos acordes de un sosegado jazz. Aquella clase de amor de una noche con sabor a soledad y pecado y hormigueo en la punta de los dedos. Un amor sin promesas y sin futuro.
¿Quién tocaba? ¡Que me aspen si lo recuerdo como tampoco recuerdo si ella me invitó a una copa o fui yo el que dio el primer paso. Supongo que la mente ha guardado escenas de una manera selectiva, apropiada al momento. Porque puedo describir detalladamente la forma de su boca al consentir mi directa y poco sutil invitación... Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que sus senos se acercaban a menos de medio centímetro cada vez que apoyaba los codos en la barra para poder mordisquearse con tranquilidad el dedo índice. La línea pecaminosa que creaban bajaba hasta perderse bajo el vestido blanco y llegaba a parar directamente en mi bragueta ya tensa . Su pelo olía a melocotón y a maracuyá y su risa sonaba mil veces mejor que el mi agudo del que abusaba el pianista. Todo esto lo veo con nitidez pero soy incapaz de rememorar qué cenamos, si nos trajo los platos un camarero o una chica o si nos marchamos en mi coche o en un taxi. Tampoco recuerdo si fue ella la que me quitó la ropa y comenzó a hacerme el amor en medio del pasillo o todo lo contrario, cumplí yo mi fantasía de despojarla de aquel vestido y poseerla salvajemente. Pero sé que ni tan siquiera cuando mi equipo ganó la copa Champions y bebí exactamente una botella y medio de Johnny Walker conseguí sentirme tan fenomenal. No era la primera que llegaba a pisar mi apartamento, soy por mi naturaleza amante e infiel, pero cuando me perdí dentro de ella, cuando escuché los suspiros de placer naciendo a nivel de su pecho... alterándole la respiración... deseé con locura que fuera la última. Presa de aquellos pensamientos intenté en determinado momento quitar mi alianza y hacer lo mismo con la suya. Echó hacia atrás su largo cabello del color del cobre y soltó una nube de humo a la vez con una carcajada: - Yo creo que sería mejor que te ahorres el esfuerzo. A estas alturas conocemos de sobra nuestro estado civil, es inútil pretender que pudiera desaparecer con tan simple gesto. ¿Y sabes una cosa? Sienta tan condenadamente bien no tener que andarse con mentiras… estoy cansada de hacerme pasar por otra. - Un poco fría tu disertación ¿no? – me ofendí sin saber exactamente por qué. - Igual que el acto de hacerle el amor a una desconocida en tu cama matrimonial ¿no crees?- me guiñó un ojo y se levantó para dirigirse al cuarto de baño. En el último momento se detuvo girando su cuerpo y haciendo que el mundo entero comenzase a girar: - ¿Me acompañas en la ducha? No pude resistirme a su sonrisa provocativa. Ni tampoco quise. En aquel instante creo que la amaba y la odiaba en la misma medida y la sensación de pisar suelo resbaladizo me frustraba. Pagué mi confusión con ella. Dos veces... - Me gusta tu tatuaje big-guy– dijo estudiando con la punta de los dedos el dibujo que adornaba mi brazo derecho y haciendo que se me erizara la nuca- creo que mañana me pondré uno igualito en el tobillo. Algo así como un estigma de la infidelidad y el pecado. Recuerdo haber reído y haberla abrazado intentando hacerla parte de mi cuerpo para siempre, sin conseguirlo… por supuesto. Por la mañana al despertar ya no estaba a mi lado. El cojin olía a melocotón, las sabanas aún aguardaban la caliente forma de su cuerpo. Rechiné los dientes y blasfemé todo el cielo sin saber por qué o qué era lo que me alteraba tanto. De aquello pasaron semanas. Volvía todos los fines de semana al restaurante “All jazz” con la esperanza de encontrármela, como un drogadicto que busca su dosis. Algo había cambiado y supongo que no estaba dispuesto a reconocerlo. Durante la semana era buen amigo, buen esposo y buen de todo. Estaba acostumbrado a hacerlo, ya lo he confesado... soy infiel por naturaleza. Siempre lo he sido. Pero los viernes, sábados y hasta domingos, como nunca antes, iba en busca de ella, sintiendo en mis pulmones el aroma de su pelo y en mi boca el quemazón de sus besos. Me ligué a otras dos mujeres y no consiguieron hacer que las huellas de su piel desapareciesen de la mía. Poco a poco me hundía por dentro y me veía incapaz de llenar el vacío que su ausencia provocaba en mí. Un viernes mi mujer se fue por ahí con sus amigas y me quedé agradecido en casa. Al menos en la soledad y en la compañía de mi fiel amigo John podía dar rienda suelta a las fantasías, podía rememorar todo aquello que últimamente me quitaba las ganas de seguir con lo que antes solía ser “yo”. Podía reflexionar y decidir quizás qué iba a hacer, porque tenía la conciencia de la necesidad de cambiar algo, de un modo u otro. En ningún instante me atreví pensar que la añoraba... no me podía suceder a mí. No quería que sucediera... hubiera sido lo que para un niño es tirar a la basura su peluche y declamar: soy mayorcito, puedo dormir solo. Hubiera sido admitir que una etapa acababa a pasos agigantados y otra desconocida y tremendamente confusa se me abría por delante. El final de mi carrera de cazador nato. Entre una reflexión y otra acabé la botella. Ya veía mal las letras en la pantalla del ordenador. Sonreía atontado a ratos y ejecutaba solos de guitarra sin guitarra alguna por supuesto. Y por mucho que miraba la puerta del baño no podía ahuyentar la imagen de ella, guiñándome el ojo con picardía e invitándome a seguirla. Fui a por la segunda botella y al volver ella seguía de pie mirándome fijamente. Llené mi vaso y brindé por su soberbia desnudez... por mi estupidez... y por todas aquellas que antes me habían pedido algo más de atención y les había contestado invariablemente: - Querida, lo teníamos asumido ¿no? Yo nunca prometí más. Así que sé buena chica, dame ese beso y olvídame, no valgo la pena. No estampé el vaso contra la pared para no despertar a los vecinos pero juro que mi mano se detuvo justo un segundo antes. Y fue entonces cuando la imagen de ella cambió y yo me froté los ojos como si acabara de ver un fantasma. La vi cayendo a cámara lenta por los suelos. Un hilillo de sangre teñía su labio inferior, el cabello le cubrió el rostro y yo sentí todo el dolor del golpe en la mandíbula, tan fuertemente que mi cabeza saltó disparada hacía atrás y la silla se tambaleó conmigo. Me puse de pie temblando, por mucha nube que flotaba en mi cerebro aquello lo había percibido de una manera tan real que era imposible echar la culpa a Johnny ni tampoco a mi mente alterada. Miré asustado la puerta del baño y ella seguía allí, ahora acurrucada como un feto, entrelazando dolorida sus rodillas. Y de nuevo sentí un golpe a la altura de las costillas y está vez me doblé como segado, buscando el suelo, aire y el equilibrio. Aquello era de locos... fui a la cocina y vacié con furia el contenido de la segunda botella jurando que no volveré a probar gota. Lavé mi rostro sudado con abundantes chorros de agua, fría como el hielo y me dirigí con miedo al salón a ver si las fantasmas me habían dejado en paz. Los pasos que di fueron los más difíciles desde que tuve que enfrentarme a mi padre sabiendo que me iba a caer una gorda por haberle robado todas las naranjas a nuestra vecina. Uno tras otro, llevando el peso del universo en las rodillas. Pero ella había desaparecido para mi gran alivio. Me tumbé en el sofá masajeando con incomprensión mis costillas doloridas para quedarme dormido al preciso siguiente instante. - ¿Se puede saber por qué me mientes? ¡Dios!!!! Estoy harta y cansada de ti, no comprendo por qué me haces esto... por qué... ¿quieres acabar conmigo, esto es lo que quieres? Ten las agallas de decirlo, nos divorciamos, cojo y me voy y te dejo seguir con tu vida si esto es lo que quieres. Pero deja de mentirme. - Juro que no salí de casa, lo juro. - ¡¿Ah, no?!!!! Entonces el moratón de la barbilla es alucinación mía ¿verdad? ¡Y el de las costillas también!!!! Sabes qué, que te den por culo, yo ya no aguanto más, no me merezco esto y no veo por que aguantarlo... estoy... estoy... Estalló en lagrimas y al contrario de lo que hacia siempre me sentí incapaz de rodearla con mis brazos y susurrarle cuanto lo siento y que era lo único que me importaba en la vida y que soy un estupido perdido y ella es mi salvación... que bla y bla y más bla... una sarta de palabras con significado pero sin eco en el alma. Hubiera sido una de las contadas veces cuando no habría mentido pero aún así me vi incapaz de defenderme. Mi mente estaba en blanco, igual de blanco que el que se había adueñado de mi cara al contemplarme en el espejo por la mañana y descubrir que tenía el labio inferior partido y amoratado. Contemplaba los ojos furiosos de Jen y las disculpas se negaban a salir de mis adentros. Ni siquiera reaccioné cuando vi su palma venir hacia mi mejilla. Me escoció peor que cuando me había tatuado el brazo pero no me produjo más dolor. El mensaje me pillo por sorpresa. Ni siquiera recordaba haberle dado el número del móvil. Pero indudablemente lo tenía. La muestra estaba grabada en la pantalla: Tengo que verte. Loraine… Contemplé cada letra por separado intentando darle el significado adecuado, intentando no hacer caso a la tremenda alegría que apretaba mis sienes. Estaba pálida... Fumaba compulsivamente. Evitaba mis miradas. A ratos temblaba como si repentinas olas de frío la hubieran atacado. - ¿Lo has sentido? Dime que no lo has sentido... Dime que esto no está sucediendo... Estrujó con furia la colilla en el cenicero de cristal y encendió automáticamente un nuevo cigarrillo. Las caladas parecían hacerle daño... - Vayámonos de aquí, llévame lejos, a un lugar tranquilo donde pueda gritar, porque voy a gritar, ¡maldita sea!!!! Durante la media hora que busqué un sitio donde pudiera meter el coche, sin tener que llamar la grúa posteriormente para sacarlo, ella no sacó palabra. Contemplaba la ventanilla encerrando en sus pupilas toda la gama de sentimientos que hay entre dolor y furia. Le tuve que tocar el hombro dos veces para traerla de vuelta a la realidad: - Hemos llegado... Hemos... - Enseguida estaré contigo, sólo dame un segundo. Me alejé del coche perdiéndome en el bosque que se abría a mi alcance. Aún así pude oír su desgarrador llanto y el corazón se me encogió en el pecho. Al poco rato Loraine se apeó del coche y me alcanzó con movimientos lentos y pasos inseguros: - Debimos de haber hecho algo muy malo en una de nuestras anteriores vidas eh- esbozó una sonrisa poco convencida e intenté abrazarla instintivamente. Y también impulsivamente, con el ansia del alcohólico ante la botella, con el recuerdo de su cuerpo corriendo por mis venas. Habría hecho cualquier cosa para borrar el sufrimiento de su rostro, pero se negó a ello con un débil ademán, un levantar de dedos que construyó una muralla infranqueable: - No he venido buscando compasión. Lo que hice estuvo mal, lo mires como lo mires y yo sabía de antemano qué me sucederá en el caso de ser descubierta con lo cual no por ello lloro, no sé si me entiendes. - No estás obligada a... - No, déjame acabar. No se trata de... ¡Maldita sea!!!! No me mires así no tengo por qué darte pena. Me dejé llevar y ahora lo pago, fin de la historia, eran reacciones previsibles... pero... - ¡Nadie puede tratar así a nadie!!!- exploté con virulencia y ella se tambaleó como si le hubiese golpeado. - ¿ Lo has visto??? ¿Verdad? Has visto cómo peleaba con él Al igual que yo presencié la bofetada que recibiste... ¡ Dios!!! esto es de locos, no puede estar pasando... ¿ Ves? A esto me refiero... esto es lo que... ¿Sabes cuánto me cuesta admitirlo? ¿Cómo demonios puede alguien asimilar semejante disparate?!!! Las lágrimas le quemaron incontenibles las mejillas, su voz se truncó y admitió por fin el consuelo de mis brazos. - Sea lo que sea encontraremos una solución. - ¿ Ah, sí?!!! Pues yo me conformaría con sólo una explicación. Razonable... O no… Igual me da. Porque puedo vivir con la furia y la reprimenda de mi marido, con culparme y todo lo demás. Lo que no puedo hacer es vivir contigo dentro de mi mente, viendo aquello que ves y sintiendo todo cuanto sientes. Esto... esto se me hace inaguantable. - Si te sirve de consuelo me pasa exactamente lo mismo. Yo también estoy trastornado aunque no lo muestre. Aceptó mi cigarrillo a la vez con mi mensaje. Debo reconocer que, de una manera un tanto egoísta, me alegraba volver a tenerla aunque las circunstancias estaban siendo raras de narices. Su pelo seguía oliendo igual de bien y el labio partido le daba el aspecto de gorrión herido, indefenso y preparado a alzar el vuelo a la más mínima. - No me mires así big-guy... Su negativa era una invitación. Me lancé en busca de agua y me hallé en medio de una tormenta. Nos reencontramos y volvimos a perder la razón. Después de un tiempo apoyó su cara en el codo doblado y me escudriñó con resignación: - No va... Percibí todas las inflexiones de su voz. Había buscado consuelo pero también una solución. Esperaba que si aquello que nos acechaba había comenzado con la unión de nuestros cuerpos acabaría del mismo modo. Y demostró no ser así de fácil. Nos percatamos de ello cuando a mí me picó un mosquito y ella se rascó la frente con furia. Nos separamos sin más palabras. Y el vacío de mis entrañas se acentuó más aún. ..................................................... - “Ya lo tengo”- me llamó la atención al haber pasado el mes casi. Se le notaba llena de júbilo. Yo tomaba una ducha y ella freía filetes. El aceite salpicó su brazo derecho y yo froté el mío intentando quitar con las uñas el escozor: - “¿Podías tener un poco más de cuidado con este chisme? Esto me ha dolido... - “No más de lo que me ha dolido a mí tu resaca de este domingo. Y no es que me haya dolido sino ¡me ha sentado fatal!!! - Jajaja. La carcajada se escapó de los pulmones buscando la luz del día. Menos mal que me encontraba sólo, últimamente mi mujer estaba cada vez más convencida de que yo perdía los estribos y no quería confirmar sus sospechas. - “¿ Y bien? De verdad crees que va a funcionar?”– le indagué pero ella no me contestó enseguida ya que estaba fregando con suma concentración la sartén. - “Pues sí. Es lo más lógico. De todo cuanto hemos hecho juntos aquella noche, el tatuaje qué calqué de tu brazo es lo único que nos une” - “Gracias” - “No te pongas así, ya sabes lo que intento decir. Si te has dado cuenta nuestros acoplamientos, por llamarlos de algún modo, vienen acompañados por un previo agudo dolor, en mi tobillo y supongo que en tu bíceps. ¿ Cierto?” -“Puede ser, pero no te ilusiones, también puede que no lo sea.” -“¿ Tienes alguna idea mejor?... Me lo imaginaba. Entonces deja de ponerme pegas, al menos no hasta que hayas ideado un plan distinto. Y deja de pensar eso... no volveré a caer.” - “Poder acceder a mi mente no te hace dueña de ella. Soy libre de fantasear gustosamente querida, sobre aquello que yo elijo. Y tú siempre puedes dejar de escrutarme el cerebro y ahorrarte el mal rato. Sólo soy un mamífero evolucionado tomando una ducha y por debajo de ese delantal no llevas precisamente mucha ropa...” - “Te odio” - “Pues yo te quiero con locura” Era cierto. Poder estar dentro de ella las 24 horas la había convertido poco a poco en mi eje. Ya no era un dulce y atormentador recuerdo de una noche apasionada. Era mucho más. ¡Demonios, costaba admitirlo, pero había llegado a serlo todo! Muy a menudo pensaba que hubiese sido mejor quedar así para siempre, vivir una versión mutante de Jekill and Hyde. Pero era únicamente mi opinión, a ella le molestaba que la acompañara sobre todo de noche a la cama. Decía que formábamos un trío escalofriante y repugnante. A mí sólo me repugnaba que no fuera yo el que disfrutara de su calido cuerpo. La consideraba mía , de una manera rara de narices sí, es cierto, y me enloquecía pensar que lo único que nos separaba eran dos trozos de papel más… todo un mundo de “hacer lo correcto”. - Por esto precisamente cuesta tanto hacer lo justo, porque en la mayoría de las veces es el camino más jodido. Mañana iré a quitarme el tatuaje… A ver si funciona, antes de que me vuelva loca. Me dolió. Tanto su impaciencia por librarse de mí como el tobillo. Las tres sesiones que hizo a lo largo de dos semanas le dieron a mi piel el aspecto de un solomillo a la barbacoa y me costó trabajo camuflar el hinchazón ante los suspicaces ojos de mi mujer. Pero lo que realmente me sacó de juicio fue que ella tuviera razón, porque poco a poco, con cada escozor y picor molesto perdimos el contacto. Hasta el punto de tener que llamarla por teléfono para saber algo de su vida. - Hon… lo nuestro fue… fue maravilloso. No tuve remordimientos y créeme sigo sin tenerlos. Pero lo que vino a continuación debes reconocer que era surrealista y debes admitir que es mil veces mejor que haya acabado. Siempre formarás parte de mí aunque no nos beneficie en absoluto mi afirmación. Es lo que hay… Es lo que siento. No vuelvas a llamarme… por fin mi marido lo ha superado y… es… es lo justo. Es lo justo. Colgué con ganas de hacer añicos el teléfono. Cogí a Johnny y me fundí con él hasta que el mundo adquirió el color del melocotón. A los siete meses Jen se marchó de casa. Había encontrado un hombre mejor, que la querría mucho, la respetaba y le ofrecía todo aquello de lo que yo la privaba. O de lo que carecía. O que era incapaz ya de darle. Me alegré por ella y me sentí tan condenadamente bien al verme solo que hasta me avergoncé de ello. Recordé fugazmente nuestra boda, las noches locas del principio, alguna que otra sonrisa suya y un poco más. Muy poco para llorar. Bastante para beber un vaso extra. Miré retrospectivamente y me di cuenta de que hacia tiempo que mi mujer se había convertido en una confortable rutina y también asimilé que llevaba la culpa de haberme empeñado a negarlo, portándome al igual que un caballo que mantiene el rumbo solamente porque las riendas le obligan a ello. Por supuesto que seguidamente pensé en Loraine. Pero me quedé con sólo aquello, con el pensamiento ardiendo mis entrañas y revolviendo mi cerebro ya que sus últimas palabras se habían incrustado en la corteza de mi cerebro con el poder del clavo. Si ella prefería su vida tal y como estaba quién era yo para entrometerme…más de lo que ya lo había hecho. Con lo cual me puse a idear tantas modalidades distintas para pasar bien mis años de divorciado que se avecinaban, tantas y tan divertidas que me quedé dormido. Sobre las cuatro de la madrugada el tatuaje me escocía tan mal que tuve que despertar. Mi mirada estaba nublada, me dolía el estómago y el salón se me hizo de repente aterrador… como si hubiera sido la primera vez en mi vida que lo estaba viendo. De pronto se abrió una puerta a mi derecha y pegué un brinco. Vi a Loraine acercándose hasta que fui capaz de percibir el dulce olor de su pelo cobrizo. Sentí como me abrazaba y hasta me pareció sentir como me levantaba en sus brazos. Oí sus susurros: ya está, ya… vas a despertar a los tatos big guy y…-perdí los segundos, el sonido se alejó vertiginosamente y el salón comenzó a dar vueltas y vueltas conmigo… Algo explotó en mis adentros y me eché a llorar… Al igual que un bebé… |
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