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JORGE TEILLIER: Memoria de un tránsito eterno
article [ Culture ]
por Jorge Aravena Llanca

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by [NMP ]

2005-06-23  | [This text should be read in espanol]    | 



Las mesas del Bar El Bosco

En el ya lejano año l964, cuando retorné de Buenos Aires a Santiago después de haber estado ausente de mi país casi toda una vida, lo primero que me deparó la suerte fue conocer a Jorge Teillier. Ese día, que hoy recuerdo con no poca nostalgia, ignoraba yo que Jorge era poeta. En la mesa del antiguo Bar El Bosco, donde nos encontramos y conocimos -creí entonces que de pura casualidad- no se habló en ningún momento de poesía. Él y Rolando Cárdenas me tildaron de inmediato de personaje pintoresco: mi acento porteño, arrabalero, les pareció entretenido. Y la pinta, más todavía: guitarra en mano y con la correa de la cámara fotográfica terciada al pecho. Rolando de inmediato se interesó por la guitarra; y Jorge por mi cámara Konta-Reflex que examinó con gran curiosidad. Yo tenía en los bolsillos unos papeles con poemas que no quisieron ni mirar, menos leerlos: su sed de letras se saciaba en espacios ajenos a un bar; y en fuentes de personales soledades. Lo que nos aunó de inmediato y plenamente fueron los tangos que empezamos a cantar para regocijo de los demás parroquianos. Yo tenía en mi repertorio “Marionetas” el tango de Tagini y naturalmente los más clásicos que cantaba Gardel. Así estuvimos hasta altas horas de la noche cantando tangos y recordando anécdotas que yo tenía frescas –viniendo de Buenos Aires pensaron que serían genuinas- de Discépolo, de Leguizamo, de las esquinas, dichos y cosas de los bonaerenses y de las calles porteñas donde los poetas se inspiraron para lograr sus tangos, como Manzi para su inmortal “Sur” en el barrial de Pompeya; de Borges y su “Jacinto Chiclana”; de Celedonio Flores, el boxeador, por su “Mano a Mano” y de ese peringundín de la calle San Martín, en el bajo, donde una mina lo engrupió a gusto mientras él daba saltitos y tiraba piñas arriba del ring; de los caballos y las carreras en el Hipódromo de Palermo de donde sacó Le Pera la letra para su “Por una cabeza”; tangos que se sabían de memoria y me apostillaban a cada compás, corrigiéndome cada error. Cuando se enteraron de que yo era chileno, para más, querendón de Pichilemu, se rieron de buena gana de su equívoco. Hasta que llegó “Leguizamo solo” a la meta por una cabeza y con “Paciencia” de Juan D´Arienzo la conversación se tranquilizó, dedicándose ambos a aconsejarme que debía recuperar mi verdadera nacionalidad; que ser chileno era una verdadera causa por la cual vivir - una ideología, casi una virtud, un don de Dios- y que Chile era un país donde era grato hasta morir.

Rostro Poético de Chile

A los pocos días Jorge me recomendó que fotografiara a los poetas; que en Chile eran una inmensa cadena, con tantos eslabones como rostros. Él mismo sugería los nombres; y me daba hasta las direcciones de cada uno de ellos. Después comprobé que no le daba gran importancia a la calidad de los recomendados, pues decía: “en Chile todos son poetas, pero son más valiosos los que no escriben”. Así comenzó mi itinerario fotográfico. Después me recomendó que hiciera una exposición con todos esos retratos. Hasta me sugirió un título para ella: ROSTRO POETICO DE CHILE, nombre con el que, en el año l971, se hizo la exposición de 280 retratos en la Biblioteca Nacional de Santiago, entonces dirigida por Juvencio Valle.
Alguien afirmó que a los cincuenta años cada uno tiene la cara que se merece. Porque en ella, lenta pero inexorablemente, han ido dejando huellas los sentimientos, las pasiones, los afectos los rencores, la fé, la ilusión, los desencantos, las muertes que vivimos o presentimos; los otoños que nos entristecieron o desalentaron, los amores que nos hechizaron, los fantasmas que nos visitaron. Y los enmascaramientos de nuestras propias ficciones, también; esos que nos expresan y traicionan al mismo tiempo.
Así prolongué el cautiverio, en la prisión de la memoria visual, de los poetas como pasajeros de su vida por este país llamado Chile; en esos retratos están ahora detenidos, para siempre, con la sentencia de sus propios versos. Jorge me decía: “la gente necesita de toda su atención para entender las cosas más evidentes; sin duda imprime a su cara, a través del prolongado esfuerzo mental, una expresión aguda o, por lo menos, despierta”. Quería decir que nadie tiene cara de poeta, lo que me llevó tiempo entender: que los locos tienen cara de locos; los genios de genios; los idiotas de idiotas pero los poetas pueden tener la cara de cualquiera de estos tipos o de cualquier cosa. ¿Qué es eso de tener cara de poeta? Sólo los poetas muertos adquieren un rostro. En la calidad de su poesía, que el tiempo les legaliza en la memoria colectiva, pasan a ser verdaderamente lo que intentaron representar. Porque como me dijo un fotógrafo amigo: “¡No me vas a creer, pero hay poetas que no asumen la responsabilidad de su cara!” porque ninguna cara es poesía. En la cara de los poetas, la poesía es sólo apariencia; pues nadie carga en ella la obligatoria pasión de la poesía.
Además, me dijo Teillier, las caras de los poetas se me antojan poco saludables; y no digo nada sobre el aspecto que adquieren después de que se toman el primer vaso de vino. Y agregó risueño: ¡miren quién habla!.Los fotógrafos nos imaginamos, le ocurre también al pintor y ahora a los modernos camarógrafos, que más allá de esa cara con la que nos topamos y penetra por el iris en nuestro visor, no hay un plano seco y desértico, parcial, unilateral, sino algo más: eso que el espejo matutino a todos nos devuelve de acuerdo a como nos miramos al amanecer, cuando nos echamos los primeros vistazos a la carota, -la única que tenemos y nos acompaña; y de la cual, ¿cuántos? nunca han estado conformes- para corroborar que aun existimos; ahí es cuando nos imaginamos vivos dentro de nuestro propio ser. El portador de la cámara fotográfica piensa -cuando enfoca- que podría hacer para darle a esa cara lo que le falta. La ubica en el ángulo de luz más apropiado para lograr que sea la mejor imagen la que quede detenida en el papel -con puntos pequeñísimos, que van del más negro, pasando por el gris, hasta los detalles blancos- Lo que más nos asombra a los retratados, es divisarnos después, detenidos dentro de un negro casi en penumbras, o de contraluz: los rasgos más suaves, más atenuados, con un jacinto beneplácito en el que hasta insinuamos una sonrisa de Mona Lisa -o de Al Capone- para darnos relieve.
En el instante de la toma, en ese cuadro, en esa imagen se vive y se muere de inmediato, ¿es posible morir en el celuloide? Pues sí, de la mima manera que en él se puede vivir eternamente, porque en esa imagen plástica están detenidos todos los sentimiento, la humanidad entera de un ser o de un grupo, y el que vuelve a mirarse, ahora detenido para siempre en el papel, ¿recuerda los pensamientos de ese instante? La foto hace perder la memoria al que se fotografía; pero le abre otras perspectivas emocionales. Al ocular, el recuerdo entra cuadrado, anguloso. Detenido y en silencio queda todo aquello que sabemos del personaje; piensa sólo el que mira: el otro se deja estar. Después metemos las fotos en un libro o las dejamos en un cajón o un álbum de tapas negras para siempre retenidas. Muerte al fin.
Contaba el escritor Carlos Fuentes, que según consta en los anales mexicanos de Cuautitlán, le dieron rostro al dios Quetzalcóatl. Y que cuando este conoció su cara se asustó y avergonzó. Y que esa noche bebió y fornicó; y que gracias a ese rostro, con que Quetzalcóatl se conoció a sí mismo, fue hombre; y porque un dios fue hombre con rostro, los hombres se sintieron libres y poderosos, pero culpables a la vez de su libertad y de su fuerza, porque para tenerla debían compartir la luz con las tinieblas; porque para desear la libertad, antes debían perderla. Descubrieron un rostro que es espejo del tiempo; un tiempo que es reflejo del deseo; un deseo que nace de la necesidad. Al día siguiente Quetzalcóatl huyó hacia el mar avergonzado y triste. Desde entonces los rostros de esos poetas, creadores de ficciones, en esas latitudes viven enmascarados.

Poesía e imagen

El poeta Teillier decía que la poesía es la universalidad que fundamentalmente se obtiene por la imagen. ¿Qué imagen? ¿La que nos impacta el alma cuando leemos un poema o la que imaginamos del poseedor de esos sentimientos? O la imagen del objeto descrito, de lo etéreo de la poesía en cuanto a sus valores estéticos.



De acuerdo a la etimología, el vocablo “poiesis” significa hacer, crear. Y así lo entendía Platón, cuando por boca de Sócrates nos dijo: “un poeta, para ser verdadero poeta, no debe componer discursos en versos, sino inventar ficciones”.
Entenderemos, afirmaba Teillier, como dar a la imágen ese poder de ficción; pero con un destino. Y este destino es ser, en definitiva, la comunicación humana. Así lo predicaba Valéry. Los poetas cercanos y seguidores de Teillier comprendieron, por su lectura, la prédica de estos conceptos y los adoptaron a la poesía llamada de los lares; al amor del hogar materno y a la conservación de la memoria de sus antepasados. Aun lo veo y lo escucho afirmar que existir es, para todo ser humano, algo más que encontrarse en el mundo:“es transformar ese mundo que se nos da por antagonista y escenario”.

Poesía sin ubicación en tiempo ni espacio

Para analizar la poesía de Jorge Teillier no es necesario ubicarse en un país determinado, ni hacer mención de poetas que le precedieron, circundaron o acompañaron durante el tránsito de su vida. Tampoco es necesario distribuír su poesía por áreas florales o desérticos paisajes, como hacen críticos y ensayistas que -como cartógrafos- la ponen en mapas, dando relieve a fronteras, escribiendo en grandes letras el nombre del país; y pintando en colores el curso de los ríos. Tampoco es necesario mencionar quién es Premio Nóbel, o quién no lo es; ni encuadrar a los grandes en numeraciones del primero al cuarto; me refiero, sin respeto por esos números, a Vicente Huidobro, a Gabriela Mistral, a Pablo de Rokha y a Pablo Neruda. Teillier no fue ninguno de ellos; porque ninguno de los nombrados tenía la condición o espíritu esencial que él poseía, y que en su poesía se proyectó con el vino amargo de la soledad: ese color y sabor personal que solamente los poetas hijos de emigrantes en primera o segunda generación suelen poseer. Los cuatro antes nombrados, fueron Gente de Chile; mestizos chilenos con mayor o menor mezcla de sangres y de culturas; con antepasados enraizados por siglos en la tierra que los vió nacer. Estos poetas fueron chilenos que se envolvieron en sí mismos, separándose y confirmándose en el auténtico apelativo de castizos. Sus antepasados, en varias generaciones, les dejaron una herencia sanguínea y material; y la mestiza impronta cultural necesaria para solventar los avatares en la prosecución de sus vidas en la tierra que los vió nacer y morir. Ellos hicieron su poesía con el ánimo sereno de los grandes versificadores. Pero sin ese color y sabor.

El color y sabor de Teillier

Quiero decir que toda la poesía chilena enfrentada a la de Teillier, es otra cosa; o que la de Teillier fue algo distinto. De ahí que, al entregar una creación poética con un sabor y color original, y una melodía que es toda una sinfonía de incisivas cuerdas metálicas, sea tan influyente en las nuevas generaciones. Su estilo, sin embargo, no es distinto a la poesía de los poetas que más lo impresionaron desde el comienzo de su creatividad. No fueron chilenos los más incidentes, sino aquellos europeos en los que encontró un verdadero parentezco; no por el paisaje de su infancia, las vivencias de la niñez, ni por la soledad, sino por arraigos paralelos, por el desborde humano que estos europeos le comunicaron, lo conmovieron y a la larga lo formaron como el mismo dijo: “Nunca he pensado escribir una poesía original, ni me tengo por un ser sin antecedentes poéticos. Cada poeta tiene una línea. Es la mía la de Francis Jammes, Milocz, en algunas de sus etapas, René Guy Cadou –un poeta con cuya visión del mundo creo tener afinidad-, Antonio Machado, y los principales poetas de la lengua que puedo leer en versión original”. Nombra después a Esenin, Trakl, Georg Heym y entre los prosistas a Robert Louis Stevenson, Alain-Fournier, Selma Lagerlöf y Edgar Allan Poe.

Saludo a Francia

De acuerdo a nuestros abservaciones en la relectura de los poemas de Teillier, sus inspiradores, sus guías, fueron entre otros: Mallarmé, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Claudel, Guide, Valéry; en los cuales reconocía él sus angustias personales y sentía que con ellos palpitaba la mitad francesa de su sangre. La mayoría de sus poetas referentes fueron franceses, y al decir esto nos acercamos al meollo existencial y al estilo poético esencial de la poesía de Teillier; a su modo de visionar el mundo; a su paralelo espiritual y visual con seres de otros continentes y al peso inevitable de lo cercano, lo maternal, que es el primer amor, del que se recibe la lengua y las primeras imágenes del mundo. Y su mundo fue el infinito verde de los bosques de Lautaro, corazón de la Frontera; un territorio de araucanos. Y de otros seres en su mayoría mestizos; sino en lo sanguíneo, hondamente mestizos en el plano cultural, social, religioso y económico.
¿De dónde adquirió esas vivencias lacerantes o por qué no decir confusiones creadoras? Pensamos que de lo inmediato al paisaje materno, al proceso sociológico del araucano del sur histórico, de sus guerras desiguales, de su casi exterminio y de vivir en un medio que el conquistador, luego el colonizador y por último el mismo mestizo chileno intentó arrebatarle, y que después lo relegaron a un trayecto de civilización paternalista que aun no termina. De esa melancólica pasividad y casi resignación indígena y de ese sur lluvioso el poeta impregnó la mitad de su cultura sanguínea, unida a la ávida y angustiosa lectura de poetas europeos. Primero, a los decimonónicos que vivieron un derroche existencial, inútil y a veces siniestro. Y después, entre dos guerras mundiales, a los de un mundo en busca de un orden territorial, cultural y económico. Esto último, por cierto, no es muy diferente a lo vivido en nuestra tierra. Por eso aquí se forjó indeleble toda una ideología, un temperamento, un ser psicológico que perdura en la personalidad de todo chileno de la Frontera, aunque viva lejos de ella; la herencia de la sangre injustamente sacrificada: Poema XVIII: “Sangre color planeta muerto. / Ves correr la sangre de tu mano por alambres de púa. / Conoces la sangre que destilan los pinos, / aquella confundida con el pecho imperial de la lloica, / la de las tablas en el aserradero / y sabes que los ríos son heridas afligidas por el / cielo a la tierra.”.

Dos paisajes sanguíneos

En la poesía de Teillier todo puede surgir en cualquier parte y sugerir emociones diversas a cualquier lector, tanto de Europa como de Latinoamérica; porque, reiteramos, Teillier reunía dos condiciones culturales y psicosomáticas inherentes a un hijo de emigrante: por una parte la resultante del enfrentamiento con su realidad de mestizo -por paisaje y sangre materna- y por otra, la de ser hijo de franceses en segunda generación. Ambas partes dieron una connotación diferente a su poesía; que entendió y practicó a su manera. Hizo así posible el estilo de ver y sentir, de vivir y morir de su creación poética. Todo en él devino de un complejo desarraigo involuntario, de un tumultuoso cúmulo de vidas pasadas en la que se gestó la poesía motivadora, con esquemas para él desconocidos. La poesía de hombres y vidas desgastadas en otros continentes, seres a los cuales estaba ligado intelectualmente por la mitad de su sangre francesa. Y por la otra mitad, su niñez chilena, llena de paisajes de aldeas vacías; de abandono en lo más proclive e indefectible del mestizaje chileno. Sus emociones terráqueas y subterráneas nacieron en Lautaro, en medio de comunidades araucanas: porque Teillier fue mitad francés y mitad, aunque lejano, mestizo de español-semita y araucano; mitad de cultura francesa y mitad de la cultura del paisaje y del hogar materno enclavado en el corazón de la araucanía.
Dos fuerzas ciclópeas; le fue imposible sustraerse a ellas. Ambas se confrontaron y conformaron su querer volver siempre a alguna parte sin saber por qué, y para qué, porque toda la niñez y la juventud fue el sur sembrado, el patio de su casa, los árboles frutales; por el pan y por las tiernas manos maternas. Para su madre dice en Ella estuvo entre nosotros: “sus manos que podían dar de comer / a la noche convertida en paloma”. Le quedan grabados ecos de trenes que van y vienen; de vino y amigos en bares de nombres olvidados, todo interpretado por la forma de pensar y sentir que aprendió de los poetas y escritores europeos en sus libros de poemas memoriales en plena vigencia interpretativa. Pero sin dejar nunca de lado a los poetas hispanoamericanos, como el mismo afirma en el prólogo de “Muertes y Maravillas”: “Sobre el mundo donde verdaderamente habito”: Rubén Darío, López Valverde, Neruda, Huidobro, Mistral, de Rokha, Eduardo Anguita, Omar Cáceres, Pezoa Véliz, Rojas Jiménez, Romeo Murga, Teófilo Cid, hablaban el mismo idioma con él; y, en las mismas tiendas, con las muchachas de su pueblo. Por eso nunca hizo distinción entre poeta chileno y poeta extranjero.
Pero la poesía de Teillier prevalece y vive más cercana a la posición francesa de la estética; por ejemplo la de Mallarmé y de aquellos simbolistas para los que cada conciencia humana es única, y en ella cada experiencia, también única y evanescente, sólo puede expresarse por medio de sonidos y ritmos especiales y asociaciones e imágenes sabias y audaces, mezclando deliberadamente lo material y lo espiritual, lo sencillo y lo complejo, lo bajo y lo sublime, lo pasional y lo frívolo, lo extraordinario y lo cotidiano, lo soñado y lo real externo, y lo sibilino, es decir, por medios en parte utilizados ya por los románticos; y mucho antes por Shakespeare; y también por los grandes poetas del barroco español.

El vuelo misterioso de las cosas de los franceses

En todos sus referentes poéticos franceses, hombres y lenguaje, se ama lo exquisito y novedoso. Estos poetas, para lograr ubicarse en su expresión adecuada, rompieron las reglas de la métrica clásica –que habían respetado los románticos y los parnesianos- dando libertad al verso y alimentándolo de personales esencias expresadas en símbolos oscuros y a veces incomunicables, sin la precisión y la claridad con que brillan en clásicos como la Divina Comedia de Dante. Mallarmé opinaba, que los clásicos, al representar las cosas le quitaban “el vuelo misterioso que las cubre”, y le robaban al lector el “divino placer” de creer que está creando su propio poema al leer el ajeno. Teillier opinaba lo mismo: que hacer poesía no es hacer ciencia, ni pintura, ni representar, sino más bien sugerir estados íntimos del alma y evocar lo lejano y lo pasado; crespúsculos y aldeas grávidas de encanto; acercándose a lo revolucionario y al ser libre lleno de mística y musicalidad; por ello el dolor, la soledad y el tedio; el desprecio de las muchedumbres y la búsqueda de los paraísos perdidos; la confesión sincera de todas las flaquezas humanas; la ironía, el recuerdo y la nostalgia de una vida mejor; el lujo, el pecado, el ansia de aniquilamiento y el anhelo de la beatitud en la belleza a riesgo de que cayese toda su humanidad. Por eso Teillier se refugiaba en tiempos idos, en exóticos recuerdos de la niñez, en su aldea y sus paisajes y en amores imposibles, de La última isla: “De nuevo vida y muerte se confunden / como en el patio de la casa...”. Por ser desolado como Verlaine “por torcerle el cuello a la elocuencia”, quiso musitar un canto gris, asordinado y vago en que la “música lo fuese todo”, en la evocación memorial de los estímulos del momento en que se vive. E igual que Rimbaud fue errabundo, intenso, estremecido e indomable, perseguía tan sólo la poesía que encarna las cosas viejas, pasadas y a veces marchitas.

Libertad de la memoria

Teillier contó en su creación con el pasado francés, y rezó con los sonidos de sus recuerdos; fue elegante y soledoso buscando la quietud de la muerte. A la larga, ágil y doloroso. Dependía del arte por el arte, fuera de la torre de marfil donde, libre en el espacio de su memoria podía saborear los frutos de la alta cultura, y dejó de lado el patrimonio exclusivo de minorías refinadas amantes de la belleza, él fue amante de la belleza más noble y más verdadera “que la verdad misma” según opinaba Anatole France: en un campo libre, contrario al de aquellos a quienes rodea una fuerte alambrada de púas donde, pese a todo, entra cualquiera; aquellos que se encajonan, sin tomar conciencia de ello, como prisioneros voluntarios, y que sin talento poético, versifican en estilos, formas y efectos que no corresponden a esa “verdad misma”.
Me atreveré a nombrar a unos pocos verdaderos creadores poéticos -el tiempo se encargará de confirmar o desmentirme- que, sin superar a Teillier, por edad corresponden a su generación: por un lado a David Rosenmann Taub, a Enrique Lihn y a Oscar Hahn, también hijos de emigrantes venidos a menos; de padres condenados a la irrealidad, donde todo intento de instalar un yo fue condenado al fracaso y la pérdida. Vivieron ensañados en precariedades, sin resentimientos ni falsas ilusiones. Y por otro, a criollos: Armando Rubio, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero y Sergio Hernández; enraizados trágicamente a la tierra que los vió nacer, sin la dualidad existencialista y amarga de los hijos de emigrantes en primera o segunda generación. Son, mestizos por cultura o sangre, poetas con expresiones sinceras; respiran libres con las mismas inspiraciones y los mismos patrones de Jorge Teillier, de Rosenmann, Hahn y Lihn. Fueron independientes dentro de sí, intentando romper todas las ataduras caducas de originalidad y haciendo suyas las del lenguaje oportuno cargado de humanismo. Naturalmente sabemos que los nombrados, los de apellido español, iban tras las huella y el estilo de Teillier


Fronteras poéticas

A los poetas chilenos, los analistas profesionales los ubican por territorios y designaciones de años, por generaciones. Algunos, obligados, se resignan, otros aceptan con placidez y orgullo que los clasifiquen dentro de las regiones que dicta el orden administrativo, material y acomodaticio. Así quedan, supuestamente, circunscritos históricamente a un espacio y tiempo determinado: de la Frontera, como siempre se les llamó, a Ercilla, a Bascuñan Piñera, a Oña y otros que forman la cola de un luminoso cometa y, entre otras numerosas clasificaciones, a la enorme cantidad de poetas láricos, encabezados involuntariamente por Teillier.
Estos poetas láricos de la estrellada vía lactea de Teillier, viven y escriben representando un mundo existente sólo desde una cercana lejanía que idealizan, dolorosos y despedazados, con postura sísmica, atroz de soledad, después que voluntariamente abandonaron el hogar materno. Estos poetas seguidores, recolectores, no sembradores, buscan recuperar el pasado del cual conservan un indefinido boceto en el cual se identifican. Los más logran sólo eso, ser un boceto de ellos mismos. Estos poetas seguidores, han asumido un cuadro de aparente estabilidad idiomática, algunos con crecimiento creativo y logros significativos pero de sugerencias similares, emparentadas por el dolor del desarraigo de su tierra natal; que las más de las veces queda sólo a escasos centenares de kilómetros de distancia de la mejor ciudad donde decidieron vivir para mayor comodidad.
La vida interior y el resultado poético del idioma de estos poetas es un cuadro que mira al exterior, que sustenta tan sólo huellas de una forma de vida de vagos recuerdos. Diría que al margen de los pocos nombrados, la poesía de la mayoría de los poetas que forman el arco iris alrededor de Teillier, carece del contenido “de la verdad misma”, como repetía conminatorio Anatole France.

Lo lárico para Rilke

Lo lárico, ¿qué es lo lárico? El término “lárico”, que a Teillier no le satisfacía y del cual ni siquiera fue el creador como se sabe, él mismo afirma que la palabra y la idea la tomó de Rilke; que a Teillier le gustaba citar porque en la poesía del alemán-austriaco veía la misma desolación y la nostalgia del mundo que se ha perdido. Escribía Rilke: “Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas, (se refería a los valores religiosos de sus abuelos judíos) sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo sino su valor humano y lárico”. Sin pensar, talvez, en el terrible significado religioso que las palabras de Rilke, que era judío nacido en la Austria-alemana, tenían en cuanto al verbo sagrado de la “palabra” en su religión y a su identificación con ella en su poesía, y al recuerdo de la impotencia por la esclavitud de sus antepasados progenitores y por la tragedia de la diaspora iniciada en Babilonia, cuando fueron liberados durante el reinado de Dario, allá por el siglo VI a-C. Patria y hogar perdido por los judíos y nunca recuperado hasta los días actuales en que Israel ha podido ver realizados sus sueños de recuperación merecida y legítima de la tierra propia, un hogar y una verdadera patria en buen juicio,.
Teillier acuñó la palabra al margen de lo religioso judío -ignorando talvez a qué y a quién dirigía Rilke la expresión- para referirse y definir a una poesía que regresa al mundo chileno de su infancia provinciana. Sin ideología religiosa, sino, podríamos decir, con una expresión laica de la poesía; en donde lo religioso alcanza a ser, posteriormente, el conjunto de actitudes con que los poetas asumen hoy día esta práctica de mirar el pasado, dándole religiosidad al conjunto, como algo sacrosanto de su propia beática actitud. Ninguno de estos misticismos estaba en Teillier, por cierto muy alejado de lo religioso y lo político, pero si está en sus seguidores que han hecho una religión de lo lárico. Teillier retuvo el término “larico” y lo interpretó a su manera. Con profundo talento creativo a la vez lo trasciende, descifrando en su caudal de significados símbolos ocultos y descubriendo en si mismo la permanencia de su vida, Chile y Francia, en un mundo místico, intemporal, “el orden inmemorial de las aldeas y de los campos”, o bien “Edad de Oro de la cual se tiene un recuerdo colectivo inconciente”. Pero del término lárico, como lo convirtieron los que lo siguen usando posteriormente “lárico”, así a secas, renegaba por no sentirse con él del todo identificado por eso de los recuerdos colectivos “inconcientes”.

Lo lárico para los romanos

El término proviene etimológicamente del latín Lar: cualquiera de los dioses domésticos, protectores de la casa u hogar. Fueron los lares, dioses secundarios de la mitología romana que guardaban estrecha relación con los penates, y unos y otros eran objeto de un culto común. Los lares propiamente dichos, eran los manes, los espíritus de las personas difuntas, de una familia, divinizados por ésta; mientras que los penates eran los dioses o genios protectores del hogar doméstico, los que presidían todo lo concerniente a una casa. El término dio lugar a una amplia semantización: nombre en la toponimia de España y latinoamérica; a una planta en el idioma vulgar filipino, convirtiéndose en un patronímico desde la antiguedad mitológica, hasta en un poema de Byron; una familia ilustre de España mencionada en las crónicas y en el Romancero; en España y en nuestro territorio latinoamericano como un apellido, y por último, en una denominación o estilo poético. Pero el poeta Rilke, el término “lar”, lo asigna al conjunto de actitudes, asumida frente a la vida, que le proporcionó la religión judía a sus abuelos que asume, y en sus recuerdos la adopta como una sagrada obligación de guardar y perpetuar la memoria del ancentral hogar abandonado milenios de años antes por los judíos en su diáspora desde el cautiverio sufrido entre los babilónicos hasta el nuevo hogar de sus abuelos entre los austriacos- alemanes, donde se detiene un dolor y empiezan otros fecundos en el lenguaje pero lacerantes en el alma.
Para Teillier, su lar no fue Lautaro donde nació, de donde tuvo que apartarse y donde se inspiró, sino la Francia natal de sus abuelos, con todos los valores y enunciados de sus poetas. Las grandes elocuencias dejan de serlo en la poesía de Teillier por la humildad de su actitud de hablante y del lenguaje del Teillier que conocimos. El yo poético de Teillier dialoga con su entorno de tú a tú, sabe que las respuestas, o la esperanza de unas respuestas, se encuentran dentro de él en esa inconciente comunicación o querer integrarse con el espacio sagrado de los dioses protectores de los lares latinos, de la casa, el pueblo y la naturaleza de sus antepasados añadiéndole el color local, y el Teillier frente al Teillier, de tú a tú, desdibujado en el intento de recuperar, por las amarga experiencia de la urbe, la mirada maravillosa de su infancia, dentro de un ambiente europeo, y en volver a compartir el “lenguaje de las cosas” del pasado de sus abuelos, en ningún caso de su religión, -eran todos laicos- que sin embargo, viviendo apartado de asunciones religiosas Teillier nunca renegó de ellas, ni menoscabó las prácticas ejercidas incluso dentro de los recintos familiares de amigos cristianos o mapuches.

El exilio de los abuelos

El verdadero lar de Teillier es Francia hacia atrás, hacia muy atrás; está en el origen de sus ascendientes paternos que por generaciones y generaciones desarrollaron su existencia dentro de otro ámbito geográfico, de una civilización de amplitud cultural de profunda influencia en el mundo entero en el momento de su exilio. Nada se perdió de esa memoria acumulada por siglos, Teillier la heredó en lo esencial; fue el destinatario de todos los sentimientos acumulados desde el momento decisivo del exilio de sus abuelos; todo el pesado paquete de trastocaciones de esa ruptura estuvieron en sus manos y se convirtió en el transportista emocional de la generación familiar que en Chile le precedió; los desarraigos y encuentros emocionales que ellas provocaron en sus ascendientes paternos, toda esta complejidad de efectos psicológicos fueron madurando a través de las vacilantes preguntas del pequeño Teillier en respuestas de vagas miradas, que el niño fue absorbiendo en silencios e interrogaciones, en complejos sueños de paraísos perdidos, poco a poco hasta asumir por completo esa maraña compleja de sueños no siempre realizados bajo el prisma de la idealización.
Francia irradiada a todo el mundo; a sus y otros emigrantes de ¿cuántos países europeos? les llegó al fin el corte umbilical, ese casi suicidio al abandonar, esos hombres, la tierra de sus ancentros para afincarse en otra patria, en este caso Chile, en el último confín del mundo, donde su descendencia tuviera lo más imprescindible, en el caso de la culta familia Teillier, un futuro en un plano de igualdad social y en pleno ejercicio de libertad. La poesía de Teillier está poblada de referencias al pasado, pero no al pasado de la llamada Frontera chilena, aunque revestida con ropajes más o menos idénticos a ella, sino a un territorio desconocido, a la Francia de sus mayores, a una cultura leída y releída en libros de autores de esas latitudes. A estas referencias extranjeras, ejercitada en su poemática, Teillier añadió –a mi entender- al contenido conjetural de dónde debió nacer y no nació, las letras que con la sangre aprendió de los bosques destrozados, de aldeas vacías, de alocados trenes que se llevaban a sus amigos y que nunca los devolvía al lugar de su nacimiento, ese pueblo de Lautaro, en Chile, enclavado en una tierra de empecinados indígenas aun en una etapa matriarcal.
Sus referentes heredenciales inmediatos fueron la cultura de los primeros Teillier en Chile, su abuelos paternos, Georges Teillier Panellier nacido en Ruffec, Charentes y de Melanie Morin según, Sebastián hijo de Jorge nuestro poeta, presumiblemente también nacida en Ruffec, que enfrentados al bagaje histórico, a los cientos de años de residencia en Chile de su progenie materna, los de doña Sara Sandoval Matus, de quien dice el poeta: “De ti guardo el amor a las casas de madera / el olor de la harina tostada / y del pan amasado / y del fuego que crepita dulcemente en la chimenea / y de contar sólo hermosos sueños”.
De su madre, que también era poeta, quedó impregnado Teillier de significancias altamente fieles a un subconciente imposible de racionalizar, sino fuera porque es la poesía, que a veces es vaga, confusa y que sólo se la puede sentir no entender, la que utilizó como medio de expresión. Una poesía de violencia involuntaria, silenciosa, contenida, personal de un enfrentamiento con su destino que fue el intentar encontrar sus raíces y los valores supuestos de cada una de ellas. Pegado como estaba a la tierra -Chile lo hace con todos y lo logra- del lugar que lo vió nacer, Lautaro en plena Frontera, su mundo lárico francés no lo encuentra nunca, (tampoco el de las representaciones de los poetas y escritores con los cuales se sintió identificado desde la infancia como Seguie Esenin, Georg Trakl, Francis Jammes, René-Guy Cadou, Dylan Thomas, Antonio Machado y Eliseo Diego, a quienes cita o alude frecuentemente en su obra), pues no sabe cual es o debió haber sido el suyo, si el lugar de nacimiento de sus antepasados franceses que desconocía o el de su madre chilena que le era familiar: el único, en definitiva, que tenía como referente memorial, enclavado en un singular paisaje y que instuía, debían ser entre ambos diferentes.
Creció y vivió entre dos fuerzas antagónicas que se desconocían entre sí y se encontraban dentro de su mismo ser espiritual donde se repelían y se mestizaban cada vez más, ignorando que este mestizaje cultural, vía sanguínea, sería el engendrador de esa poesía diferente a la de todos los poetas chilenos que se esencializa, ascendente, en los sentimientos poéticos de Teillier, que lo hace, como él se sentía y así lo escribió, y nosotros lo ratificamos, diferente a todos por la verdad misma del ser auténtico del hecho poético: Tantos milagros “Tantos milagros para nada / cuando al oír un solo nombre / cae nieve legendaria haciendo inclinarse las ramas.../... que las aves de las más alta esperanza / pueden jamás soñar alcanzar”.

Mestizaje poético

Ese mestizaje fue en él una fuerza incontenible, una carga literaria que palpita tras su voz, que tiene que ver, sin duda, con su talento, erudicción y lucidez del lenguaje; a la vez que es un idilio medido en ese mundo lárico imaginado como un choque de violencia, que él, sin quererlo debió enfrentar por nacimiento; por las vivencias de la niñez; de la pubertad y de esa oscura relación terráquea que tuvo que abandonar, que nunca supo como realmente era porque no nació en Francia. Estas dos fuerzas de tensión, eléctrica tensión que aun mantiene la Frontera por sus históricas luchas defensivas, están frescas y aun hirientes en la poesía de Teillier: por un lado, la lucha por retener o recomponer la experiencia utópica y la mirada del niño; por otro, la lenta, implacable y multiple pérdida de todos los valores y las esperanzas de su ensoñación, es la acción, el cuerpo de vida y su contenido, esta lucha interna e intensa, es lo que finalmente termina predominando en él. Se hace cargo de los todos los males pasados por los seres humanos de su tierra, y esa incorrecta culpabilidad histórica es una de sus mayores fuerzas –que cuesta descifrar- en el mensaje de su lenguaje poético.
El esfuerzo por recuperar lo irrecuperable es destinado fatalmente al fracaso; el retornar, en “Otoño secreto”, el primer poema de su primer libro Para ángeles y gorriones, a los lares de sus antepasados a “las amables palabras cotidianas” es un camino inexorable que conduce a la nada, a la tragedia a “el silencio nos revela el secreto que no queríamos escuchar” .
Las distancias, otra de sus constantes, su viaje y radicación en Santiago donde vive como un extraño: “nosotros / los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles, / toda mañana como una carta que nunca abriremos”, fueron menores que las imaginadas afectivamente en su poesía, ese espacio y su cambio de costumbres, el transformarse en otro huérfano de patria ¿Hacia dónde fue? ¿Se alejó en busca de qué fronteras? No creo que se diera cuenta que su búsqueda no era ese espacio verde de la Frontera chilena, de donde es el título de uno de sus libros Crónica del forastero, donde el hablante que narra su infancia en el pueblo ya se reconoce como un extranjero -“forastero”- en ese mundo, sino las que sus antepasados paternos abandonaron, de lo que heredó sólo interrogantes y respuestas vagas a preguntas angustiadas. No pudo o no supo, para una sicológica solución de vida, congeniar ambas inconcientes búsquedas. Se desbordaban sus ideas poéticas, contraponiéndose, enfrentadas en una lucha llena de contradicciones oníricas. Eran repetidos sus viajes de retorno a la esencia del hogar ¿a cuál hogar qué cambió el tamiz de su sensibilidad, de su presente y de su inexistente realidad en cualquier lugar que habitaba? ¿alguno en Francia o en la araucanía? ¿al pasado que Rilke quería por amor y un deber sagrado hacia sus abuelos judíos recuperar? Es decir la utopía del pasado dentro de un presente que tampoco conocía ni aceptaba, porque en su poesía está presente un querer siempre volver a un lugar, a un amor, a una estabilidad emocional refrenada por improntas manchas de intenciones inconcientes y desbordados desconocimientos. En Para un pueblo fantasma (l978), se enfrenta al derrumbe abrumador de todo lo que le ha sostenido. Malvive en la capital: “En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua. / Sigo refugiado en los mesones / mirando los letreros que dicen “No se fía”. / Mi futuro es una cuenta por pagar”.
La poesía de Teillier es una poesía de finales que busca lo terminal, el fin del mundo, -le tocó a él y a su hermano Iván pagar con el vino del desamparo y del desconcierto, las cuentas que dejó el exilio de sus abuelos- y en ese idealizado final, ya una necesidad, será el único que permanecerá vivo observándolo todo, y será así mismo, el último en abandonarlo, entonces será el desamparado universal hacia el que convergerán todas las miradas; el huérfano; un habitante sin espacio; ausente de comunicación; sin poder comulgar con nadie; el agredido sin ser agresor; el resumen del asombro de un hijo de emigrantes, de Cuando todos se vayan: “Cuando todos se vayan a otros planetas / yo quedaré en la ciudad abandonada / bebiendo un último vaso de cerveza, / y luego regresaré al pueblo donde siempre regreso / como el borracho a la taberna / y el niño a cabalgar / en el balancín roto”.
Su poesía estará contaminada de un confuso lugar de origen al cual siempre hay que retornar y despedirse, pero que nunca se logra como en casi todos los sueños, es como un anhelo de alcanzar el mundo entero que fracaza y vuelve a su objeto convertido en paisajes destruídos; espíritus sin ánimo de proseguir; intentos frustrados aunque sea a la fuerza, forzándolos intencionalmente: Despedida “Me despido de mi mano / que pudo mostrar el paso del rayo / o la quietud de las piedras / bajo las nieves de antaño”. En ese intento de encontrarse a sí mismo, sin saber qué busca, lo que encuentra en la desaparición de sí mismo devorado por los avatares incontenibles de la vida, adjetivos que él acumula en su poemática. Su poesía es un destino de vida que se desgranó lentamente, se desintegró y diseminó entre el presente de su cultura, acumulada en profunda erudicción en todas direcciones y el pasado lárico de sus parientes europeos y chilenos. Todo dentro de un cuadro cargado de humanidad en el cual nuestra identificación es plena, porque todos recorremos los mismos caminos de la angustia hacia la muerte.

El eterno saludo de despedida

Teminó estando fuera de todos los lugares por eso saludaba de manera muy peculiar: “Me despido de los amigos silenciosos / a los que sólo les importa saber / dónde se puede beber algo de vino / y para los cuales todos los días / no son sino un pretexto / para entonar canciones pasadas de moda”. En las ciudades es un sobreviviente que resiste sin casa ni amparo reponiéndose en brazos femeninos en los que no calza; ni quiere quedarse eternamente;
no se adhiere a nada ni a nadie, ni en bares, que tenía muchos que visitaba por turno emocional ni en amigos que le ayudan a frecuentarlos, es decir, en el lugar de todos los perdidos y desamparados de una tierra que no le pertenece a nadie, pero queriendo darle al compañero del mesón de estaño, en poemas, sugerencia de la casa que él había perdido y que todos un día perdimos: el paisaje que solía evocar y lo conmovía y los amigos que se alejaban sin decir adiós al sur; a las casas viejas; a los barcos que se alejan en alta mar; al volver con la frente marchita si es que se quiere sinceramente volver algún día; a las marionetas que de niño lo hacían reir; a los circos pobres convertidos en peldaños de sueños; a los bosques deshojados; al primer árbol que le dio su fruto; a una canción que le rememoraba solo ausencias controvertidas del ámbito más familiar e íntimo de su poesía. No era la luz del presente lo que le interesaba sino aquella que fue y se apagó un día, o que parecía una luz y no lo era, como fue la dualidad de su propio destino: ser un francés o un cuasi mestizo del sur de Chile “Me despido de la memoria / y me despido de la nostalgia / -la sal y el agua / de mis días sin objeto / y me despido de estos poemas: / palabras, palabras –un poco de aire / movido por los labios- palabras / para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar”.
Terminó siendo una huella, gran valor entre los hombres eternos, y lo será para varias generaciones de poetas que lo siguen e imitan, que se empeñan en una poesía sin raíces, pues la lucha interior de Teillier, sus profundas e incontenibles vivencias y su amplia cultura, no la tiene nadie de los actuales poetas chilenos, inclusive los que han seguido sus pasos y se han visto influenciados por su estilo. Les falta el drama interior que dominó en Teillier, drama por el cual nadie se preocupó ni comprendió estando el poeta en vida. Es extraño y desconocido casi para todos -el don está en reconocerlo- ser mitad de una cultura y mitad de otra totalmente distinta pero ambas encarnadas como llagas sangrientas. En Teillier una paterna, culta y ancentral herida abierta de francés y la melancolía de ser hijo de mestizo español-semita y en plena araucanidad chilena.
Reconocerse en este histórico complejo social, para muchos, es como aceptar la infección del menoscabo en que por siglos se han visto afectados en su crecimiento intelectual los chilenos mestizos y los grupos indígenas de nuestro territorio. No sabemos si tomando conciencia de esto exista una solución, no sólo en el plano poético, sino social, sicológico y humano de los chilenos. La lectura de la poesía de Teillier nos da claves para la comprensión de este espinoso drama del complejo del mestizo chileno que forma parte de su enconada y no resignada personalidad. Estas lecciones no las encontramos en ningún poeta chileno, es posible que exista más de uno, pero yo ignoro quienes podrían darnos una lectura con tanto fondo existencial, psicológico, histórico de dos realidades sin definición, como la del contenido poético de Teillier. Descubrir este aporte nos acerca, insistimos, a la verdad de la auténtica poesía.

El tango de los hijos de emigrantes

Jorge Teillier Sandoval nació el 24 de junio de l935 en la ciudad de Lautaro, territorio ancestral de los mapuches, que conserva el incesante ritmo sonoro de sus ríos; al que ahora se añade el sonsonete acerado de los trenes que lo cortan por el medio. Lautaro es un pueblo joven que fue fundado el 18 de febrero de l881, por la expedición Recabarren. Los primeros emigrantes fundadores debieron abrirse paso a golpe de hacha entre las selvas vírgenes desafiando a la vez el postrer empuje de las últimas lanzas araucanas rebeldes, condenadas a ser vencidas por el winchester. Desde l885 fueron instalados allí los colonos extranjeros, principalmente alemanes, suizos, franceses y españoles que recibían madera para hacer una casa, 40 hectáreas de terreno, dos bueyes y una vaca.
Era una época en que la insuficiencia del prestigio cultural español no era indiferente en Latinoamérica. Las nuevas naciones que habían nacido, desde l810, a la independencia y a la libertad lo fueron en una gran actividad intelectual. La mayor parte de los caudillos de las guerras de la emancipación eran grandes lectores de libros europeos. Nunca y nadie podrá menoscabar, como los españoles lo intentan, la influencia del pensamiento liberador venido desde Francia, en libros ocultos en los bajos de las bodegas de los barcos, que motivaron, en pensamientos y obras la etapa de la independencia americana. Cuanto más se estudia a las grandes figuras de la época, más resalta su profunda antiespañolidad. En Bolívar, Carrera, incluso San Martín, educados en un ambiente español, resalta un temperamento contrario a la monarquía peninsular europea. Todos vivían en una época en que la psicología no calaba en análisis profundos; ha sido menestar llegar al siglo XX para que alguien apuntara, como lo hizo brillantemente Teillier, que era profesor de historia, que “Latinoamérica libre no ha producido todavía una generación tan brillante como la de sus libertadores”. En esos tiempos se tendía a generalizaciones sencillas, decidiendo que España era un país atrasado; y que lo certero, que la luz y el pensamiento renovador para la humanidad, venía de París. La cultura francesa impresionó profundamente a los latinoamericanos y no faltaron espíritus selectos que se diesen cuenta de que, en último término, la cultura es flor de la sangre, y por consiguiente se podían conformar con las sapientes formas que alguien reseñó en los términos siguientes: “Sentimos y hablamos en español pero pensamos en francés”.
El exodo de estas familias de sus países de origen, fue producto en Europa de crisis agrícolas, como los famosos casos de l848-l849, o de l878-l893, y de crisis financieras que arruinaron grandes sectores de la pequeña burgesía urbana en los años de l880-l890. Procesos políticos internos como la culminación de la unificación italiana y la de Alemania (l870-l871); o las guerras carlistas en España; problemas sociales que implicaron así mismo una creciente actividad de la migración. En Francia los vencidos en los conflictos sociales de l851 y l871, y las depresiones económicas de l888-l890, proveen un contingente humano que en forma masiva visualizará con plena claridad a la República Argentina, , más que a Chile, como la única salvación y a donde se trasladarán en masa y por millares familias enteras.

El lenguaje de las lanzas

Los mapuches de la zona de Lautaro, y de todo el sur de Chile, al establecer contacto amistoso con los europeos, robustecieron el ánimo y la confianza de los extranjeros recién llegados; se iniciaba así entre ellos el comercio y el trueque de mercaderías; de ideas nuevas para el recién llegado sobre la sobrevivencia, entre lanzas y espadas, de idiomas ininteligibles en su comienzo; de vida y muerte; de amores cruzados, primeras grandes sorpresas evitadas por los más, el amor entre los hijos de los recién llegados y las mujeres mapuches o mestizas que ancestralmente vivían pegadas a esa tierra exuberante. Mucho de esta historia se escribió aquí con tintes de indigenofilia o de indigenofobia.
Teillier en poemas, como los dedicados a su padre don Fernando Teillier, “honrado como una manta de Castilla”, y en numerosos escritos nos da ideas de su eterna preocupación del problema del araucano con los cuales estuvo en Lautaro, y a través de su padre, en contacto desde su primera niñez. Nos dice en Retrato de mi padre militante comunista: “ .../ O llega a través de barriales / a las reducciones de sus amigos mapuches / cuyas tierras se achican día a día, / para hablarle del tiempo en que la tierra / se multiplicará como los panes y los peces / y será de verdad para todos”.
Así afirma que los inmigrantes establecidos en los campos adelaños, “europeizaron”, por decirlo así, el paisaje, las costumbres, el carácter, y a la personalidad del chileno le dieron el sello de viejas culturas, mestizando cuanto tocaban, admiraban e incorporaban dentro de sí lo mejor de la tierra de promisión, que a la larga fue la cultura y el amor a esa tierra los sentimientos que adquirieron sus hijos. La Frontera nace con un signo muy particular, el de la mezcla de tres sangres: la mapuche, la europea y la semita española, palabras muy graves en las memorias del soldado Juan Bautista Olivares Ferreira, que Teillier descubrió entre viejos papeles de otros cronistas y que señala, con énfasis y orgullo, en su artículo “Lautaro: éste es mi pueblo”, y en “La Araucanía y los mapuches según tres viajeros extranjeros del siglo pasado”.



Gardel y Teillier

El 24 de junio de l935, el mismo día en que nacía Jorge Teillier en Lautaro, en Medellín, Colombia, a las 15.10 horas se incendiaba, producto de un lamentable choque accidental el avión “F 31” de la compañía Saco de una empresa alemana manejado por un alemán, y El Manizales, avión colombiano que transportaba a Buenos Aires al conocido cantor de tangos Carlos Gardel. Despues de actuar en el Teatro Olimpia y en el Real de Bogotá el 23 de junio, Gardel había cantado premonitoriamente: “Tomo y obligo mándese un trago...” El fatal accidente ocurrió a pocos días del solsticio hiemal, el de invierno que en el hemisferio boreal, que se da del 21 al 22 de junio y que produce u origina el día menor y la noche mayor del año completamente contrario en el hemisferio austral. Es el tiempo o la época del año, o más axactamente, punto de la elíptica, en que el sol alcanza su máxima declinación Norte o Sur, en los calendario se dice que el sol entra en los signos de Cáncer y de Capricornio, el primero es solsticio llamado de verano para el hemisferio Norte y de invierno para el Sur, y el segundo, de invierno para el hemisferio Norte y de verano para el hemisferio Sur.
El 24 de junio es el día de San Juan, día clásico de la brujería y de las pruebas mágicas; noche propicia para quienes siguen fieles a las viejas superticiones y el día en que los mapuches realizan algunos de sus más celebrados machitunes. “Pero conocemos”, decía Teillier, a muchos que trasnocharán, -como él lo hacía- no precisamente para esperar que florezca la higuera que puede hacerlos millonarios, sino para cumplir el fiel ritual de escuchar la voz sobria de Carlos Gardel, acompañada de guitarras u orquestas de l930”.
La mejor manera de recordarlo era reunirse con sus amigos más cercanos; muchos de sus cumpleaños los celebró en mi casa, en el departamento de la calle José Miguel de la Barra 452, al lado del Museo de Bellas Artes. Colocábamos, colgando de una pared, un vieja y desvensijada guitarra, que sólo cumplía su misión en esa fecha y con ese exclusivo propósito, se ponían unos claveles rojos entre sus gastadas cuerdas, y debajo una mesa con la vieja vitrola a cuerda (mi envidiado tesoro codiciado por todos) de donde salía de un disco de pasta negra, por la magia de una aguja casi sin punta, la mágica voz de Carlitos, la que celebrábamos con tristeza pero de inmediato con alegría alzadas las copas del infaltable vino tinto y blanco Santa Carolina de 2 ó 3 hasta 4 estrellas, y al fin sin ninguna, a puro chuico, por el honroso cumpleaños del poeta. Jorge agradecía sonriendo con los labios semicerrados para que no se le notara la falta de dos de los más importantes dientes delanteros. Con picardía y complacencia le agradecía, al “troesma” Gardel, los instantes de placer y de emoción que le proporcionaba. Era los momentos en que con una guitarra verdadera entonábamos sus tangos preferidos. Rolando Cárdenas no dejaba nunca de cantar “Casas Viejas”, “Lamento borincano” y el siempre escuchado con religiosa atención “Corazón de escarcha”; y yo, a requerimientos de Jorge, “Marionetas” de Tagini; “Mañana zarpa un barco”; “Volver” de Le Pera y Gardel y “Sur” de Manzi y Troilo, entre otros. Jorge, para terminar con la ondanada de tangos láricos, cantaba “Melenita de oro”, y su privada y exclusiva participación artística la rubricaba con “Rubias de Nueva York” matizándola con unos pasitos de bugie-bugie. La alegría duraba hasta la madrugada del día siguiente para que Chamelo, todos concientes de ello, tuviera donde quedarse a dormir sin ir a su original, lejana y consuetudinaria hospedería. Después Teillier escribiría dejando patente su afición a las carreras de caballos, igual que Carlitos: “Gracias al maestro que me ha dado tanto/ pues si no brillo en las acciones/ me acuerdo de Leguizamo/ ganando con “Lunático”/ por una cabeza. Soñando con despertar con rubias de New York, como el troesma / en “El tango en Broadway”.
Muchas otras motivaciones entusiasmaban al poeta cuando se nombraba al francés cantor Carlitos Gardel. Ahora pienso si era verdaderamente conciente de los parentezcos sanguíneos que supuestamente le daban con el cantor, y que él admitía con risueña modestia, pues Gardel era francés, lo mismo que los abuelos de Teillier que eran de Charente al norte de Francia curiosamente cuna del champacne y del coñac. Gardel era de ese Languedoc, la antigua provincia del sur de Francia, poblado de ilustres personajes, pues Toulouse, Rosellón, Gevaudán, Velay, Vivarais cuya capital era Tolosa (Toulouse), que fuera la capital de Aquitania, dieron al estudio del derecho romano al erudito Jacques de Cujas, al genial prosista Paul Groussac y al poeta Federico Mistral, premio Nóbel de Literatura. Así en las cercanías de los Pirineos y a las orillas del río Gerona vió la luz el que sería el alma, la voz y la figura del cantor de tangos por excelencia, el portavoz de la historia social, política y cultural de todos los hombres de ultramar y también del criollismo americano en retirada. Del mismo puerto de Bordeaux, en Francia, debió enbarcarse la madre del cantor llevando al niño de un poco más de dos años rumbo a una nueva nación y a otro destino; de ese mismo puerto pocos años antes la familia Teillier se había embarcado, con el mismo propósito de encontrar tierras promisorias y llenos de esperanzas.

Etimología de Gardes y Teillier

Ambos apellitos Gardel y Teillier provienen del mismo tronco germano del tiempo en que Carlomagno rey de los Francos y Emperador de Occidente, aproximadamente en 768, sucedió a su padre Pepino el Breve, que inundó, conquistó y culturizó todo el territorio de los antiguos galos. La zona del Languedoc fue la que conservó por más tiempo la influencia sanguínea, idiomática y cultural de los francos germanos, los conquistadores del sur de la actual alemania, que en definitiva, tal fue la forma y fuerza de penetración y permanencia que le dieron a lo conquistado, que el actual territorio, origen paterno de los Gardes y Teillier, está denominado con una palabra germana: Francia significa país de los Francos, de donde, entre otras, vienen Francisco, franquicias, puertos francos es decir libres. Franco en alemán es Frei, y Francia fue para los alemanes Frankreich, es decir, Reino de los Francos, que es lo mismo que decir “Reino de hombres Libres”.
La etimología de la palabra Gardes -nombre original del cantor- es una vieja palabra. Garde significa en alemán “guardian”, “escolta”, y dio semantizaciones como garderobe; guardaropa y gardine; guardián en castellano, la palabra proviene del alto viejo alemán entroncado con el lenguaje de los renombrados Godos que en el año 425, como visigodos, cruzaron el país de los galos para afincarse en el sur de la actual Francia en los territorios del Languedoc, y en el norte de España, cruzando los Pirineos hasta la zona actual de Cataluña.
La palabra, en este caso el apellido Teillier, tiene la misma proveniencia: viene del territorio de los Francos alemanes. Teillier significa entallador, la raíz teil, (se pronuncia en alemán “tail”), es una parte de algo, en este caso el talle del cuerpo humano, era el cortador profesional especializado en la confección de esa parte de los trajes antiguos, sobre todo de las damas que se encintaban la cadera creando una significativa división entre el tronco con una forma y, desde la cintura hacia abajo hasta los pies, con abundantes pliegues debajo del cual estos estaban sostenido por la ampulosa rodondez del antiguo y romántico miriñaque.
La palabra francesa“taillé”, significa cortador, fraccionamiento, división, parte, bifurcación; y dio por extensión semántica “taller” en español, además del exquisito “atelier” utilizado también por los hablantes alemanes cuando quieren significar que algo es más refinado que lo que sale de un mero y rústico taller de obrero, alcanzando a apellidos castellanizados de origen francés compuestos de artículo y subtantivo como Letelier y otros similares y palabras como detalle, etc. “Teil” que es “parte” en alemán, en español, alcanza variadísimos significados: participante, actuante, comediante, parcialmente, fraccionar, partir, repartir, compartir, etc., etc.
La etimología del apellido Teillier, no es como la que cariñosamente nos entrega el escritor Enrique Lafourcade, gran amigo del poeta, un instrumento de cuerdas tañido melodiosamente por los antiguos semitas, sino “parte” de algo que convierte al profesional en un entallador, en un cortador de tela, que trabaja esa “parte”, “el talle” de un vestido femenino o traje de hombre y es de indudable proveniencia germana.


La melodía de los mismos llantos

Más de una coincidencia emparentaban las costumbres del cantante Carlos Gardel y del poeta Jorge Teillier, que naturalmente no se conocieron, el cantor ni tuvo noticias de ese niño que nacía cuando él sucumbía tan violentamente, pero sí el poeta que cuando comprobó que ese ídolo de la canción popular era del mismo territorio de sus antepasados y había muerto el mismo día que el nació, alcanzó en su espíritu de poeta rutas de emigración sentimental, desarraigos, lamentos cotidianos que en definitiva son los que conforman el numen de las letras de los tango de aquellos hijos de emigrantes que en la Argentina, como ejemplo, volcaron su sentimentalidad y crearon letras para ser lloradas y bailadas. Teillier con Pagini vió las mismas marionetas que danzaban y bailaban; con Manzi el mirar al sur sin encontrarse en él a sí mismo; con Pelay las casas viejas queridas que se van por haber terminado sus vidas y son derrumbadas; con barcos que se alejan por mares desconocidos hacia un horizonte que no se vislumbra; en un volver con la frente marchita, ¿hacia dónde? ¿al lugar donde nació? o ¿aquél en Francia donde pudo o debió haber nacido?; la Francia que divisaba en la serenidad y honradez del semblante de su padre don Fernando y en el de sus hermanos, como en Ivan cuya facie era casi germana y su identificación, talvez inconciente, lo llevó a elegir para sus obras literarias el seudónimo de I. A. Stern (estrella en alemán); de como en el suyo propio enmarcado en ese horizonte sin luz, hacia donde de noche todos los barcos, cargando en sus bodegas miles de sueños, se alejan.
Por más que se canten los viejos tangos, todos ellos no se afincan en la memoria, por eso se siguen repitiendo una y otra vez, y cada vez que se los canta se reaprende cada intención que en el texto se oculta, o que el que canta desvela, porque es un canto al compás de la desmemoria, un invento genial, porque fueron compuestos por hijos de emigrantes que lo único que querían era volver al origen de sus antepasados -en esto está la magia del tango ¿y quién lo sabe?- y en esa desmemoria se le deshojan las letras, como un árbol en otoño, sin compás de vida, sin equilibrio, sólo el equilibrio y la profundidad del lenguaje que da la capacidad de búsqueda, porque en definitiva la poesía de Teillier es una búsqueda forjada en la soledad, sin ayuda de nadie; un tango cantado de madrugada, de costado, de reojo como una desrealidad para disipar los sueños imposibles de cargar de día, o esos nocturnos que entristecen más el alma al peso de fracazos, como es la poesía de la memoria perdida, que sólo en la belleza que en las palabras encuentran se sostienen, y en la que se encuadran está la sobrevivencia que frase a frase, reglón a reglón, hoja por hoja el poeta intenta hacerla suya en un mundo de refugios que todo humano necesita.

Poesía para la vida y la muerte

La poesía de Jorge Teillier es la sinceridad misma dentro de la confusión del objetivo poético, por ese algo extraño ha influenciado a todos los que, aunque busquen algo distinto con nuevos lenguajes, se han identificado con él en lo esencial: la confusión del lugar de origen que tiene como resultado no saber a dónde ir, constante común en los chilenos. ¿Será una poesía de permanencia?
En definitiva todos los hombres llegan al mismo destino final que es la muerte, es decir, llegan a la más eficaz ayuda al desamparo, tremendamente humano, donde nadie nos agrede y de donde emanamos todo el cariño que de nosotros quieren evocar: el mundo que hemos creído perder sin saber en que dirección podríamos encontrar uno mejor o el auténtico. En la muerte al fin encontramos ese algo íntimo, lo más íntimo, lo que nadie podrá ya arrebatarnos, porque la muerte es lo único que le pertenece a la vida, o a la vida lo único que le pertenece es la muerte y la poesía no es más que hacer cultura y alabanzas de la vida y de la muerte. Nosotros somos para la vida y para la muerte su plena y última realización, su último poema, el gran poema que termina siendo devorado por las ansias que ya en vida consumen lo esencial del ser humano. La vida tiene vocación de muerte y la muerte devoción de vida.


Despedida

Por esto y muchas cosas más, no terminarán con estas evocaciones de homenaje a la obra de Jorge Teillier los tributos que se merece; porque fue un gran poeta; un buen poeta; un poeta bello en términos de humana presencia; un poeta valiente porque como hombre fue un hombre bueno; un amigo leal y bondadoso, por ello quedará, para siempre, en el asombro de nuestra memoria circular, inmerso en la retina de circunstancias de lejanos y viriles sentimientos; en el cuerpo siempre verde de nuestra naturaleza y en la creciente cultura, a la que constribuyó con la instuición determinante de un Dios, a lo que ahora es y promete Chile para todos nosotros: porque Chile fue para él lo único que pudo tener –nunca pretendió exilios dorados- y donde quiso vivir y eligió morir, pues todo Chile, toda su historia que la tenía en su corazón y no en los labios, le perteneció con sincero orgullo, lo mismo que su tierra con todos sus viñedos; sus pueblos de indígenas, de gente humilde y bondadosa que sufre y espera amparado en pasadas glorias y en heroicas páginas de nuestra historia, abrigados como su padre, en la “honradez de una manta de castilla”. Todo fue su tristeza y todo fue su fin. Pero su primer y último vino fue lo más dulce que el hombre puede anhelar. Su ausencia, una sed inaguantable, me hace comprender que un día nosotros también dejaremos solos a los que nos quieren.
¿Cuánto más debo agradecerle al poeta, a mi compadre pues fue el padrino de Cristinita mi hija mayor, ahora que me sumo con derecho a la admiración que después de su muerte ha despertado en la juventud de nuestra patria? Sé que nadie puede categóricamente afirmar: “éste es un buen poeta” sin apartarse de sus simpatías y diferencias porque las opiniones sobre lo que nos interesa si empiezan bien y somos obsecados, terminan siempre mal. Debemos saber que a los hombre no le es posible opinar sobre todo lo que se le de la gana, pero sí, este atributo, le es posible al tiempo, porque el tiempo tiene la más portentosa memoria, la misma que recobran las nuevas generaciones que no sólo tienen la tarea de memorizar el desafío sino también autoridad, adquirida por la fuerza y el derecho de la juventud, para seguir divulgando el nombre del poeta y de su poesía que a traspasado el tiempo para convertirla en un eterno tesoro.
Jorge Teillier murió el 22 de abril de l996 en un hospital de Viña del Mar.
Días antes había confiado a un amigo su último poema: “Si alguna vez mi voz deja de escucharse piensen que el bosque habla por mí con su lenguaje de raíces” .
Y Confiaba que “su única ambición era salir en los textos escolares”
Sin duda, la pasión en la poseía del poeta Jorge Teillier es ahora nuestra pasión convertida en una tarea, que es la voluntad de la memoria madurada en paisajes de noble propósito: que el poeta Jorge Teillier no pase nunca al ingrato olvido al que los chilenos estamos acostumbrados.



Jorge Aravena Llanca.
Abril del 2005
Berlín, Alemania.




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