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Los secretos delirios de Antígona
prose [ ]

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by [Jesús Ademir ]

2008-01-03  | [This text should be read in espanol]    | 



Platón no relató, que el prisionero de la Caverna, en lugar de ver la luz del exterior, eligió internarse más en las oscuras profundidades del mundo. Descendió durante mucho tiempo, aunque a tal hondura, el tiempo mismo parecía tener su centro, por lo que todo parecía inmerso en un denso marasmo. A su paso halló a otros prisioneros, en otros ámbitos de cautiverio, y allí les escuchaba expresar su tortuoso anhelo por un exterior, sin darse cuenta, como el fugado ahora lo veía, que el exterior de cualquier celda subterránea, era otra prisión en sí misma. Pero al persistir el fugado, ahora desesperadamente sintiendo ya todo perdido, por fin arribó a un lugar distinto (No supo si lo había conseguido afinando la vista, luchando contra las penumbras; o por el contrario, si fue cerrando los ojos y dejándose llevar por la libre intuición de una postrera esperanza).

En aquel espacio de tinieblas, que era húmedo y tibio, escuchó los susurros de una mujer. Se acercó a dialogar con ella. Resultó ser la joven Antígona, que al verse sepultada en vida, y separada forzosamente de su amado Hemón, había decidido seguir la ruta del silencio de la realidad, y así arribado a este habitáculo insondable, en donde resolvió ponerse a dormir, para que a través de sus sueños, su amado y el mundo fueran existentes, a través de las musitaciones y los murmullos que brotaban de ella, sumida en su eterno reposo.

Antígona, notó que su nuevo amigo suspiraba al escucharla, lleno de un conmovedor sentimiento. Le preguntó entonces ella, que cuál era su nombre, y cómo había logrado llegar ahí. Él le contestó, que su nombre era Pirrón de Elis, un estudioso de los silencios, un escucha de sus mudos secretos. Explorándoles insuficientemente, era como había dudado alguna vez, y de tal suerte, había sido capturado por los grilletes de la célebre caverna platónica. Pero le comunicó también, que había sido capaz de escuchar ciertos ecos tenues de poemas de ardorosa melancolía y de sueños: la voz lejana de silencios, de Antígona; y entonces luego, se había fugado para llegar hasta allí, y así aprender de ella los obscuros misterios del ser. Ahora Antígona fue la conmovida por el gesto: en las tinieblas buscó la mano de su compañero, y se la estrechó con sincero agradecimiento. Entonces él le propuso un trato; que Antígona se decidiera a despertar, a fin de que Pirrón pudiera contemplar la total belleza de su ser, aunque fuera al menos sólo por un instante, y a cambio le ofrecía a ella, por este gran favor, regresar al mundo de las apariencias, a fin de correr la voz de su eterno sacrificio, para que a la larga llegara a los oídos de su amado Hemón, y así quizá, pudiera el ausente acudir a rescatarla, hasta aquella tumba lejana. Antígona dejó escapar una lágrima, que en el mar de sombras en que se hallaban no fue percibida por él, sin embargo, aceptó el ofrecimiento. Y entonces Antígona comenzó a relatar toda la historia de nuevo, desde su cautiverio en la tumba fría, y además la captura de Pirrón; hasta ese instante inolvidable, en que los dos amigos del silencio, se hermanaron entre sí. Entonces, ante los ojos atónitos de Pirrón de Elis, Antígona despertó, extendió sus alas inmensas, y llenó de fulgores diamantinos todo aquel ámbito cavernoso. Saturado de tanta hermosura, Pirrón perdió el sentido por completo.

Cuando despertó, volvió a hallarse preso en la caverna platónica, junto a sus antiguos compañeros. Por un instante temió que todo hubiera sido un sueño sin más. Pero luego, comprendió que precisamente esa incertidumbre del Todo, le daba una noble certeza, a su único y auténtico modo de vivir. Y entonces les habló a sus amigos de un nuevo plan de fuga, en donde ahora sí se dirigiría al exterior, para proclamar el secreto, la verdad última del ser: la que manifestaba, que en el corazón profundo del mundo, una llama permanente, era la que daba vida a las tinieblas y a todo.

Precisamente, como un regalo secreto de amor, expresado en sueños de silencios, y de luz.



Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.

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