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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-03-21 | [Acest text ar trebui citit în espanol] |
En aquel tórrido verano, el sol recalentaba las chapas de zinc, de las viejas y deterioradas casas de la calle Nueva York.(1)
Las veredas, además de sus desniveles, y baldosas flojas, se encontraban casi desiertas. En una de las esquinas, y sentados en el cordón de la acera, tres muchachos tomaban una cerveza, lamentándose por la falta de un cigarrillo de marihuana, y mientras interrumpÃa al silencio sepulcral, un micro vacÃo, que por la calle de adoquines, se dirigÃa hasta el fondo de la avenida, para concluir con su rutinario recorrido. El hoy, era igual que el ayer, y el mañana no iba a ser muy distinto del presente, salvando que apareciera algo inaudito que los saque del letargo, semejando reiniciar al tiempo, ya que sino fuera por el paso de las estaciones, en este sitio del planeta pareciera que aquel estuviera congelado. A pocos metros de ahà sobre la calle de tierra que separa al antiguo edificio de lo que fuera un próspero frigorÃfico, de las casas, un grupo de vecinos habiéndole ganado a los pastizales, trabajaban una nada desdeñable huerta. Era un puñado de desocupados integrantes de un movimiento piquetero, que intentaban que no los aplaste la modorra que los poderosos intentaban imponer al pueblo. Los cultivos comenzaban a dar un óptimo resultado, fruto del empeño que ponÃan en ello y a la colaboración de los estudiantes de agronomÃa. Luego de mucho palear se sentaron a descansar un poco, y mientras uno de ellos, entre mate y mate, se puso a hacer un balance del último corte en el Puente Pueyrredón, donde la policÃa estuvo a punto de reprimir; uno de ellos, el más viejo, que parecÃa no escuchar a su compañero, clavó su vista en el viejo edificio de la fábrica, esa mole desgastada por el paso del tiempo y los ajustes, que daba la sensación de estar en un planeta donde se extinguió la vida, quedando las ruinas del pasado en desgaste continuo. Este hombre recordó cuando él, muy joven aún, viniendo de las provincias, consiguió trabajo en aquel sitio, recordó la chimenea bicolor que ya no estaba más, y hasta le pareció escuchar la sirena que sonaba indicando el fin de la jornada laboral, haciendo que unos minutos después, una muchedumbre cruce por aquella calle para regresar a sus hogares, peleándose para ganar un lugar en el tranvÃa o en el micro., que pasaban por aquella calle colmada de prósperos comercios, que fueron bajando sus cortinas por vacaciones eternas. Como en todo puerto siempre habÃa marinos extranjeros que saciaban su sed en esos bares donde algunas muchachas les sacaban el dinero y algunos muchachos los cigarrillos de tabaco inglés por brindarles asesoramiento acerca de cómo moverse por estos lugares. Todo eso no faltaba, como no falta en ningún puerto donde hay movimiento, es decir donde hay producción para cargar en los barcos. Infinidad de reses de carne bovina entraban al frigorÃfico y también a aquel otro que estaba cuatrocientos metros más allá, y que luego de su cierre lo demolieran completamente -Ahora -pensó el viejo de la huerta-, si no fuera por las hortalizas que se sacan de ella y por la mercaderÃa que se le saca al gobierno mediante la movilización, el hecho de comer se ha vuelto una ecuación poco fácil. Pensar que si alguien no querÃa trabajar en el frigorÃfico podÃa hacerlo en el astillero, en la petrolera o en el puerto y ahora si no se consigue el poco trabajo estable que hay, no queda otra que sobrevivir mediante changas o saliendo a cortar la ruta para cobrar un plan social.. Cuando el viejo se retiró de la huerta en bicicleta, tras haber cumplido con su jornada diaria, vio como un patrullero se llevaba a los muchachos de la esquina mientras en ella quedaban los vidrios rotos de la botella de cerveza. (1) La calle Nueva York es la calle más antigua de Berisso (70 KM al SE de Buenos Aires) aledaña al puerto y donde otrora funcionaban dos grandes frigorÃficos: el Swift y el Armour.
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